Prefieren creer a juzgar

Como todos prefieren creer a juzgar, nunca se juzga acerca de la vida, siempre se cree, y nos perturba y pierde el error que pasa de mano en mano. Perecemos por el ejemplo de los demás; nos salvaremos si nos separamos de la masa (Séneca, Sobre la felicidad)


miércoles, 12 de abril de 2017

Luz se volvió Oscuridad

La otra tarde, con el cielo vestido ya de azul primavera, Luz y Oscuridad libraron cruenta batalla. Fue bestial. Yo estuve allí. Únicamente los hijos más ciegos de Luz no pudieron reconocer victoria tan gloriosa y dolorosa de Oscuridad.


Virgen de La Alegría en la Iglesia de San Bartolomé en Sevilla

Se trató de una cosmogonía, de principio a fin, en toda regla. Yo estuve allí. Lo de Marduk y Tiamat debió ser algo así. Pero esta vez el mito había perdido su admirable textura poética y se ha había vuelto agriamente trágico.

El cuerpo descarnizado no era el de una malísima divinidad domiciliada en un tiempo primordial, sino el de un hombre mal empadronado en la estrechez de un hoy que huye hacia la desmemoria de un ayer que se escapa de la vida o al que la vida se le escapa.

Sino el de un hombre, además, con la paternidad apenas estrenada, sólo dos añitos. Sin duda, razón absolutamente necesaria y suficiente para que el gen de Dios (o de dios) no hubiera dormitado en su oficio de centinela.

Como siempre, del lado de Luz, Bien, Vida y Alegría; y del de Oscuridad, Mal, Muerte y Tristeza. Yo estuve allí. Fue estremecedor. La contienda tuvo lugar en casa de Alegría:

En un olvidado templo del antiguo barrio de la judería en donde todavía resuena el desmayado eco de la raída piel de ese viejo tambor que otrora tronara divinamente inmarcesible y glorioso, y que desde hace algún tiempo no es de este tiempo más que en la forma de pintoresco recuerdo o de anacrónica nostalgia.

Era tan negro lo que allí se ventilaba que Luz se tornó, no pudo ser de otra manera, sobrecogedora Oscuridad y su inasible Claridad se redujo a recuerdo para los asistentes. O no. Y quizás confundieran el recuerdo de Claridad con la realidad misma. Porque no todos los asistentes parecían acostumbrados ni dispuestos al discernimiento entre realidad y ficción, realidad y creencia, realidad y deseo, realidad y necesidad... En suma, entre realidad y realidad.

Lo mejor, lo más sanador y honesto, hubiera sido guardar Silencio, el único taumaturgo hábil para esos dolores que carecen de reparo. Pero quien tenía la palabra hizo uso de ella. Y su ceremonioso decir se volvió cháchara de chamán de tribu.

Yo estuve allí. Lo oí. Su lengua cortó la etimológica semántica de la palabra y le amputó cuanto de razón contiene y la dejó, castrada de sentido, en hueca palabrería.

Lo peor que le puede pasar a un hechicero es que crea en su superstición. Si ciegos todos, la bruma nunca levanta. La unamuniana duda del bueno de San Manuel redime con engaños de caridad, pero no con quimeras con repintes de verdad.

Viuda quedó la esposa. Huérfana, la hija. Muerta, la madre. Aturdido, el padre. Oscura, Luz. Reoscura, Oscuridad. Y triste, mortalmente triste, Alegría. Yo estuve allí. Lo vi. Todo terminó en Viernes Santo. Acaso como siempre. Porque Esperanza es ungüento de preliminares, no de subliminales.



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