Prefieren creer a juzgar

Como todos prefieren creer a juzgar, nunca se juzga acerca de la vida, siempre se cree, y nos perturba y pierde el error que pasa de mano en mano. Perecemos por el ejemplo de los demás; nos salvaremos si nos separamos de la masa (Séneca, Sobre la felicidad)


martes, 1 de noviembre de 2016

Cuando "Silicon Valley" innovaba haciendo Teología

Cuando "Silicon Valley" se dedicaba a hacer teología, es decir, cuando los cerebros más acerados de Occidente, todavía a este lado del Atlántico, creaban otros "mundos", pero no de cochura digital, como ahora hacen, sino de cochura metafísica, como entonces hacían, diseñaron la solemne fiesta de Todos los Santos y tuvieron -además- la afortunadísima idea de anteponerla al día en el que tradición cristiana hace memoria de sus fieles difuntos.


Muy bien debían saber los de aquel "Silicon Valley" que el oficio de ser hijo de Adán y Eva -el vivir expulsados del Paraíso a cuenta de un pecado cometido por otros y del que uno en primera persona del singular no tiene culpa alguna- es harto penoso.

Por eso, éstos que inventaron dicha fiesta como luminosa víspera del enlutado recuerdo de los fieles difuntos -y que entonces eran, como ahora son los de "Silicon Valley", el "Departamento de I+D" de la Cultura Occidental: los inteligentes creadores de otros "mundos" a los que poderse escapar para alcanzar en ellos una felicidad que en éste, el único mundo real, tan inalcanzable parece a la inmensa mayoría de los hombres- fueron unos genios de la innovación, porque la más valiosa de todas las posibles innovaciones no es la de los "cómo" sino las de los "qué" y los "por qué".

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Es verdad que los que mueren enemistados con Dios pasarán el resto de sus días (en un tiempo fuera del tiempo) sufriendo las tribulaciones del Infierno. Pero también lo es que el número de los que mueren amigos de Dios (después de una vida de más bondad de la que resulta visible a los miopes ojos de quien no sabe escrutar la hondura del corazón del hombre) y pasarán el resto de sus días (también en un tiempo fuera del tiempo) en la Gloria del Cielo, es mayor, necesariamente mayor, que el número de los que fracasaron en su relación con los otros hombres y, por ende, con el mismo Dios.
Es necesidad, exigencia racional, que así sea, pues lo contrario, el masivo fracaso del hombre y el Infierno a rebosar, es el imposible fracaso de Dios. Visto de esta manera, aquel otro "mundo", el de las felicidades cumplidas, el creado por los teólogos, que no ingenieros, del "Silicon Valley" de entonces, no podía sino ser más cierto y más seguro que éste.
Según pensó aquel "Departamento de I+D" de la Cultura Occidental, la verdad no es el cementerio en donde los Ausentes yacen para siempre, sino el Cielo prometido, que no es, a fuerza de pura exigencia racional, una ilusión, sino una esperanza. A Dios no le es dado fracasar, ergo...
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Hasta aquí la innovación de los de aquel Silicon Valley". Obviando el "pequeño" detalle de la plausibilidad racional de sus premisas mayores, lo cierto es que, además de hermosa -como hermosos y evocadores son otros Mitos de otras grandes culturas de la Humanidad que también tuvieron, al igual que la Cultura Occidental, sus numinosos flirteos con la nouménica Realidad-, la idea ha sido, quizás siga todavía siendo para muchos fervorosos creyentes, funcionalmente muy rentable:

Pues de qué otra manera, pongamos por caso Dostoievski, Tolstói y Galdós pudieran haber dado consuelo a tanto desgraciado como literariamente rescataron de la crudeza de la vida. Y de qué otra manera, pongamos por caso el rey Felipe II y el zar Alejandro I pudieran haber convencido a tantos para vencer al precio de su sangre en unas guerras que, más que suyas, de los que morían, eran de sus generales, de los que les sobrevivían.


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He leído últimamente que los ingenieros de Silicon Valley demandan humanistas (literatos, historiadores, filósofos, psicólogos) para seguir avanzando en la creación no ya de la inteligencia sino de la vida artificial.


No diré que el hombre necesita para vivir la "mentira" de los Mitos. Pero sí que requiere de utopías que alimenten su ansia siempre insatisfecha, que nutra su prodigiosa capacidad de pensar lo nunca antes pensado, que de un horizonte, provisorio horizonte, de sentido a una vida que por los inmensurables azares de la evolución se ha descarrilado de la genética y tiene el inaplazable compromiso consigo misma de tenerse que inventar cada día.

En un mundo casi "unidimensionalmente" (Marcuse) tecnológico, es imprescindible que haya en el "Departamento de I+D" de la Cultura Occidental con domicilio principal en Silicon Valley, creadores de ideas (innovación del "qué" y del "por qué" más que del "cómo") capaces de humanizar la vida -por cierto, cada vez más "artificial"- de este homo digitalis que es el hombre de hoy.

Hay otros "mundos" que crear, además del mundo digital en el que el hombre, en toda su "nouménica" hondura, no parece que vaya caber del todo, a no ser que la misma evolución que lo hizo inteligente lo vuelva estúpido.