Prefieren creer a juzgar

Como todos prefieren creer a juzgar, nunca se juzga acerca de la vida, siempre se cree, y nos perturba y pierde el error que pasa de mano en mano. Perecemos por el ejemplo de los demás; nos salvaremos si nos separamos de la masa (Séneca, Sobre la felicidad)


miércoles, 3 de agosto de 2022

¿Dare sine ulla re?

"En algún punto, la compasión se convirtió en un fin en sí mismo: la piedra angular de la moralidad humana y un aspecto esencial de la religión. Pero es bueno tener presente que, al encarecer la benevolencia, las religiones no hacen más que reforzar lo que ya es parte de nuestra humanidad. No están dando la vuelta al comportamiento humano, sino sólo fomentando capacidades preexistentes"
(Frans de Waal)


Entre una y otra representación median aproximadamente 8.500 años, el tiempo que el hombre necesitó para fantasear, hasta la perfección intelectual, un sistema de creencias en el que el tosco "mutualismo" -do ut des- evolucionara a "sofisticado" altruismo -dare sine ulla re.

A la izquierda, una manada de nueve ciervos parece huir de un grupo de batidores que la asusta y la hacen correr hacia unos arqueros que la esperan para darle caza. Los que participaban en tan gran empresa -desde luego, solo acometible en grupo- recibían la inmediata contraprestación de comer carne. Parece que el hombre aprendió a cooperar en la caza y que el reparto de las presas es el embrión de la moralidad.

A la derecha, en primer término un pelícano se picotea el pecho, hasta hacérselo sangrar, para dar de comer a sus tres polluelos. Este comportamiento le valió al pelícano,  desde el tiempo de los santos padres, convertirse en la iconografía cristiana en símbolo del amor que es capaz de sacrificar la vida propia en beneficio de la de otros. 

Pero el pelícano, cuando obra así, no se está inmolando. No es que, a falta de comida, ofrezca a los polluelos el sacrificio de su propia sangre. En realidad, lo que hace es apretar su enorme saco gular, sonrojado cuando está atiborrado de peces, para alimentarlos. Por tanto, en rigor, no es el símbolo pretendido. Se trata de una confusión.

No obstante, pedagógicamente colocado al pie de la cruz, es como una apostilla que hace el autor para asegurarse de que el mensaje esculpido en la imagen del Señor Muerto es entendido sin atisbo de duda y en toda su hondura por el observador que lo admira, por el devoto que le reza. 

La pintura rupestre de La Cueva de los Caballos es una plasmación del mutualismo, la única forma de "generosidad" que parece caber en la naturaleza. En el mundo natural no hay moral, sino selección natural. La moral no está en la naturaleza, sino en la cabeza del hombre. Es su invención. Con ella, su estar en el mundo, en la sociedad, le va mejor.

En cambio, el portentoso Cristo de El Amor, cumbre de la escultura religiosa del barroco europeo, es una plasmación del altruismo, que es perder la vida para que otros la ganen, incluso yendo más allá del parentesco; de hecho, Jesús muere por todo el género humano, si bien, todo él participa de la misma filiación divina.

Para Darwin un altruismo que no sea recíproco, en el que todos ganan y ninguno pierde, no es posible en la naturaleza, en la que cada individuo está "egoístamente" programado no tanto para salvarse el pellejo cuanto para lograr que sus genes, los más posibles, le sobrevivan. No se trata solo de tener éxito reproductivo, sino, mejor aún, de alcanzar el éxito genético.

Este planteamiento, menos restrictivo, resulta muy esclarecedor a la hora de saber cómo interpretar cierta "generosidad" animal que, en principio, parece ir más allá del mutualismo. Por ejemplo, es lo que les pasan a las abejas obreras. Se importan unas a otras hasta el extremo de morir. Pero no porque sean unas bien avenidas compañeras de fatiga, sino porque anómalamente comparten nada menos que el setenta y cinco por ciento de los genes. No hay, por tanto, heroico altruismo que valga en su "generoso" comportamiento, sino sumiso acatamiento del imperativo genético. Morir para que la colmena se salve es una manera de lograr que los genes del suicida prosperen.

No se es individuo adecuado, óptimo, para vivir: el fin no es, a secas, la vida de uno mismo; sino para dejar tras de sí el mayor número posible de genes: el fin es la vida de la prole propia, los hijos, que llevan al cincuenta por ciento los genes de cada progenitor, y la de los hermanos, los sobrinos, que llevan al veinticinco por ciento los genes del tío y dos equivalen genéticamente a un hijo propio. El desvelo del individuo por su familia no es amor desinteresado, sino la optimización del éxito reproductivo en éxito genético.

¡De acuerdo! En la naturaleza no hay fábula moral. Sin embargo, me cuesta tanto aceptar que el amor a mi hija Esperanza no sea por ella misma, sino sólo porque sea el "ostensorio" y el "viril" de mis genes... O por Inmaculada, sólo porque sea su cuidadora... Tampoco sabría cómo entender desde la estrecha perspectiva de la selección natural la compasión, que siempre encontré en mi padre, por el que le va mal en la vida.

La selección natural nunca producirá en un individuo una estructura que le sea más perjudicial que beneficiosa, porque la selección natural sólo actúa por y para el beneficio de cada uno. Lo escribe Arsuaga, parafraseando a Darwin. La selección natural actúa sobre el individuo, no sobre el grupo. Para la selección natural hay individuos, no grupos. De un grupo sobreviven solo los individuos mejor adaptados, y no el grupo como tal.

En fin, ningún animal muere por otro a no ser que para favorecer la supervivencia de sus genes. Así de crudo lo explican los científicos. En la naturaleza no cabe ningún "cristo crucificado".

Pero ¿y el hombre? ¿Es capaz de un comportamiento altruista, del tipo dare sine ulla re? Por ejemplo, ¿acaso el hombre puede ir más allá del ya meritorio do ut des en diferido, a futuro, que practican los chimpancés, que tanta inteligencia social tienen y que, no cabe duda, es una versión evolutivamente ennoblecida del mutualismo? ¿Hasta qué punto el hombre puede "estirar" su naturaleza y "domeñar" el ciego imperio de los genes, "engañar" la selección natural y hacer algo sin esperar nada a cambio y querer una vida por sí misma y no por los genes que transporta ni por el beneficio, presente o futuro, que le pueda reportar?

Supongo que depende de sus creencias, del cariz que éstas tengan. Eso sí, a sabiendas de que ninguna es natural, sino todas producto de un cerebro "enfermo" de "fantasiosis". Por ejemplo, véase la creencia en que hay un dios que es padre de todos los hombres, lo cual los hace a todos hermanos, de manera que la instintiva protección que genéticamente se practica en el clan se metamorfosea nada menos que en ¡deber moral de alcance universal! 

El cerebro del hombre tiene la peculiaridad de poder fabricar fantasías que, rodado el tiempo, acaban convirtiéndose en el "pegamento mítico" que posibilita los grandes imperios, la grandes civilizaciones... Es la tesis de Harari y que Ortega casi un siglo antes había expuesto muy hermosamente al mismísimo Heidegger en una audaz conferencia que luego tituló El mito del hombre allende la técnica:

El animal que se convirtió en el primer hombre vivía en los árboles, frecuentemente sobre terrenos pantanosos, en que abundan enfermedades epidémicas. Este animal enfermó, pongamos, por ejemplo, de malaria, pero no murió. Intoxicado, sufrió una hipertrofia de los órganos cerebrales, esta hipertrofia acarreó una hiperfunción cerebral... y en ello radica todo. Este animal, que se convirtió en el primer hombre, se encontró súbitamente en sí mismo una enorme riqueza de figuras imaginarias. Estaba "naturalmente" loco. Tan lleno de fantasía como ningún otro animal antes que él. Y esto significa que frente al mundo circundante era el único que encontró un mundo interior. El único que tiene un dentro. Así se encontró con dos repertorios distintos de proyectos, de propósitos: el de los instintos, que aún alentaban en él, y los fantásticos...

Consecuencia de su enfermedad, de su "fantasiosis", aquel animal se convirtió en el primer hombre cuando, llevado de su fantasioso delirio, inventó el espíritu guardián del bosque y el código penal, el derecho divino y la soberanía popular, la sociedad limitada y una religión según la cual hay otra vida a la que accede quien se comporta desinteresadamente con los demás, igual que su mismo dios, que no creó movido por la necesidad, sino también por el amor.

Fuera del universo de esta hermosa creencia no sé si el hombre es capaz de dare sine ulla re y, aún dentro de él, tampoco estoy seguro. Recuerdo aquel quejumbroso lamento de Pablo de Tarso: no hago el bien que quiero y sí el mal que no quiero. Además, quién no dice que, de verdad, el vector moral cristiano sea un altruismo escatológicamente diferido a futuro más que un altruismo a pérdidas.

Lo que sí sé es que el hombre, como parece que también el chimpancés, es capaz de empatía y de compasión. Quizás de orígenes humildes puedan surgir principios nobles. Es la hipótesis de Frans de Waal, quien sostiene que no sólo la maldad del hombre debería ser bagaje de su pasado simiesco, sino también su benevolencia. La tendencia está ahí. Pero esta tendencia necesita una cultura -una educación y una moral- que la haga crecer, que la convierta en ethos, es decir, en carácter, en forma de ser. Cuanto más retador sea el ideal regulativo, la pretensión moral, mayor será el desarrollo que esta embrionaria tendencia pueda alcanzar.

Pero, muerto Dios, el dios de Nietzsche, el de Moisés y de Jesús, en suma, el de Occidente, que tanto incitó al hombre a practicar el altruismo a pérdidas, el hombre de hoy, tan felicista, tan egoistón, tan consumista, tan materialista, tan inmediatista, tan sensualista, tan comodón, tan blandengue, necesita de formidables tusitalas que narren nueva invenciones, que canten formidables ficciones, que le sean inspiradoras de sentido y de moral, de proyectos y de propósitos vitales que susciten en él empresas en las que afanarse y de las que llenar la vida, porque el ecologismo, el animalismo, la ideología de género y demás baratijas "míticas" ahora en circulación no son más que chascarrillos de vieja de visillo que nada tienen del épico cantar de ningún genial aedo.

El Mundo de hoy no tienen ningún "pegamento mítico" que lo aglutine; su globalización es producto del interés económico y de la irresistible facticidad de la tecnología. Cuando no hay fines, como ahora, los medios se sublevan y se convierten en los impostores de aquellos. Por eso, el verdadero "credo" de hoy es el progresismo tecnológico y el desarrollismo económico. Ambos desprovistos de moral. Ninguno en disposición de alentar la natural tendencia compasiva que el hombre puede llegar a desarrollar ni a promocionar el subsiguiente compromiso en que ésta se resuelve.