Prefieren creer a juzgar

Como todos prefieren creer a juzgar, nunca se juzga acerca de la vida, siempre se cree, y nos perturba y pierde el error que pasa de mano en mano. Perecemos por el ejemplo de los demás; nos salvaremos si nos separamos de la masa (Séneca, Sobre la felicidad)


viernes, 23 de diciembre de 2016

¿Qué significa desear "Feliz Navidad"?

El “decir” de los hombres no es como el que los hagiógrafos del Antiguo Testamento atribuían a Yahveh. Según éstos, la palabra de Yahveh (“dabar”) se transformaba en inmediato “hacer” y “crear” (“bará”):


Y dijo Yahvéh, sepárense las aguas de la tierra firme, y así fue. Enciéndanse lumbreras en el firmamento, y eso ocurrió. Resultando además que todo lo “creado” -“dicho”- era bueno.


Pero nuestro “decir” no es tan máximamente performativo. Por eso, el padre le dice al hijo levántate del sofá y pon la mesa para la cena, y el profesor, al alumno aprovecha el tiempo y siéntate a estudiar, y no es seguro que uno y otro hagan lo que se les ha “dicho”. La “palabra” del padre y del profesor es limitadamente hacendosa.



Igual sucede con esa multitud de felicitaciones que nos dedicamos en Navidad. Serán o no. Quién lo sabe. De otra forma, si nuestro “decir” fuera como el de Yahvéh, en estas fechas los hombres nos convertiríamos en una suerte de rey Midas de la felicidad. A quien tocara nuestra “palabra”, sería inmediatamente feliz.


En Navidad un embrujo de emociones nos impele a desear compulsivamente “felicidad” a todos: ¡al mundo entero!, insta Coca Cola. Pero nos falta “autoridad” para que tan buenos deseos no se reduzcan a un mero “bla, bla, bla…”.


"Autoridad” viene de “autor” y “autor” de auctor. Es el verbo latino augere, que significa mejorar, promover, hacer progresar, magnificar, hacer crecer… El “decir” de los hombres, cuando pronuncia la palabra “felicidad”, padece de inflación, de severa devaluación. De tanto decirla, la palabra tiene escaso valor.


Es consecuencia de nuestra falta de (divina) “autoridad”. La raíz del mal es que no somos como los hagiógrafos del Antiguo Testamento retrataron a Yahvéh. Nuestro “decir” no es inmediato “hacer”. Por eso, para compensarlo, la palabra “felicidad”, además de impregnada de esa sana emoción que desata la "magia" de la Navidad, ha de estar internamente enervada del compromiso de quien la pronuncia con aquél a quien se la dirige.


El “decir” de los hombres no tiene la majestad creadora de Yahvéh, sino el esforzado y modesto compromiso de aquel samaritano que se detuvo al pie del camino.


El 8 de enero, cuando hayan pasado las "fiestas", los desencuentros personales y profesionales que hubiera, estarán en donde en estos días los hayamos aparcado. No es cuestión de buenismo ni de sentimentalismo, productos típicamente navideños, como el turrón y el mantecado. Sino de samaritano compromiso.

Lo más parecido a la “autoridad” de Yahvéh que los hombres tenemos, es el darse la "palabra" en la recíproca confianza de que la tratemos de hacer realidad. En una semana volveré, dijo el samaritano al posadero. Y, en efecto, volvió. Desear la felicidad a otro es admitir un compromiso con él.

sábado, 17 de diciembre de 2016

El Mito de la Esperanza del Ser

Mitos. Cada cultura, cada sociedad, cada persona, tiene los suyos. Y casi nunca porque libremente alguien se los haya apropiado. Sino porque ellos -los Mitos- se adueñaron de nosotros. Y nos crecieron hasta sernos matricialmente entrañables. Por eso, adonde no llega el amparo de la madre, llega el consuelo de los Mitos.

Los Mitos son esos modestos candiles -de luz tremulante- que los hombres nos topamos en las fronteras de la Vida… porque antes -de alguna sofisticada y alambicada manera- allí los pusimos jugando al escondite metafísico con nosotros mismos.

Pero, de cuando en cuando, los hombres les hacemos un “pólder” de Razón a la Oscuridad que nos perimetra. Vivir es trascender. Y entonces el Mito se vacía de su Fuerza de Sentido. Y se hace sólo estética. Sólo literatura. Y su enteriza artificialidad se evidencia. Sobre todo a los ojos de quienes no asistieron a su alumbramiento. Sino a los de quienes recibieron el legado de sus antepasados. Tesoro en vasija de barro.

En el fondo, todo descreído está herido de nostalgia. Y su iconostasio -según la Luz alarga su haz redentor- se le torna en museística obra arte: admirable pero no venerable. Y también en el fondo, a ningún descreído se le quita de la cabeza la fundada sospecha de que la Luz, pese al “pólder” de Razón que Aquella arrebata a la Oscuridad, no sea también un Mito. El Metamito.


En el trasnochado calendario de una vieja ciudad del Sur de Europa, hoy -dieciocho de diciembre- se celebra la efemérides de uno de los más humanizantes Mitos de la Humanidad. El dolor no ha descompuesto la delicada belleza de este nacarado rostro. Esperanza de la Trinidad. Algo así -que el dolor no mate la belleza- sólo es posible cuando hay Esperanza de que la Vida venza a la Muerte. Colosal “telosmaquia”.

La Esperanza, que es a la Vida lo que el viento de popa al velamen de una barquichuela a la deriva en medio del océano, tiene más de querer que de poder. Por eso, la Esperanza es como la versión mareante de aquel barón que quería escaparse del pozo en que estaba caído tirando de su propias orejas.

Aseguran los neurólogos que al cerebro le produce igual excitación el previo a la consecución de un placer, que el placer mismo. Quizás sea una defensa desarrollada por el propio cerebro que, en previsión del posible fracaso, en esto del placer, para no sobreabundar en la desolación, no se lo juega al todo o nada. Y así ha aprendido a disfrutar de la expectativa, de la víspera, de la futurización, de un placer que será o no. Y que, de no ser, habrá sido más que nada. Lo cual tiene su punto metafísico. Del No Ser salió la Expectativa del Ser. La Esperanza del Ser. Que es Algo.

En coherencia a lo dicho, éste fue un escrito de víspera, de expectación.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Ese homunculus llamado Big Data

"Proporcionadle una satisfacción económica tal que no tenga otra cosa sino dormir y comer bollos... Colmadlo de todos los bienes de la tierra y sumergidlo en la felicidad...", escribió Dostoievski en "Apuntes del subsuelo".

He leído que en España el consumo en el reciente Black Friday fue igual que en los días de Navidad del año pasado. Nos hemos acostumbrado a que la Navidad empieza en noviembre y termina en enero. Y a que la Navidad consiste -más que nada- en comprar y comprar.

Bueno, a fin de cuentas, ya estamos acostumbrados a que el año entero es una sucesión de campañas comerciales. Va para una década que Lipovetsky, dando una vuelta de tuerca a la expresión "sociedad de consumo" que Baudrillard acuñara hace casi medio siglo, dijera que vivimos en la "sociedad del hiperconsumo".


Entre el simple "consumo" de Baudrillard y el esdrújulo "hiperconsumo" de Lipovetsky media Internet.En Navidad, para comprar, antes había que echarse a la calle y dejarse llevar de la vistosidad navideña de los escaparates y de los alumbrados callejeros. Ahora, en cambio, no hay que salir de casa:

Basta asomarse a la Red y dejarse tentar por ese "hombrecillo" que está escondido al otro lado de la Pantalla, muy atento a lo que se hace en Ella, en especial a lo que uno mira y no compra. Y esto con el fin de que, recordándonoslo incansablemente lo acabemos comprando:

¿Acaso no te ha pasado nunca que has mirado un libro, que no le llegaste a dar al clic de comprar, que lo pasaste a la lista de deseos o no, y que desde entonces su anuncio, y el de otros del mismo estilo, asalta tu Pantalla cuando menos esperas?

Ese infatigable "hombrecillo" -que tiene el mismo lema que Cela: "El que resiste, ¡vence!"- se llama Big Data y es nuestro propio rastro digital algorítmicamente empleado en contra de nuestra voluntad. Martin Lindstrom, experto en branding y neuromarketing, lo explica clarito en este vídeo: http://one.elpais.com/black-friday-big-data-tras-consumo/

sábado, 10 de diciembre de 2016

Los miedos de la niñez, cárceles de la adultez

¡Qué importante es la infancia y la niñez! Entre otras razones porque muchos de nuestros miedos nos nacieron en ellas y desde entonces nos han ido creciendo hasta convertírsenos en esos sólidos prejuicios que distorsionan la imagen que de nosotros tenemos aún muchos años después.






Cuando un niño dice "¡No puedo!", es posible que sin saberlo él ni el adulto que se lo oye decir -peor aún, que se lo provoca- esté marcando un límite a su vida futura. Los miedos, aunque sabiamente alojados por la naturaleza en la amígdala cerebral, cuando constriñen -más que garantizan- la vida, son "cárceles".



Es importante, claro que sí, que el edificio cognitivo del niño se alce sobre cimientos recios y siempre ampliablesPero tanto o más importante es que la personalidad del alumno crezca sin más miedos que los razonables, que los que, hechos de sensata prudencia, ayudan a vivir.


Un "no puedo" pronunciado en la infancia y en la niñez, con el tiempo puede ser la causa de un adulto "enano", y "enano" es aquel que no creció hasta la talla de su excelencia.


Y la vida- se sabe- es irreversible. Al niño que de pequeño le entró el "frío" en el cuerpo, de mayor seguramente no le salga. Hay miedos con los que pasa lo mismo.

jueves, 8 de diciembre de 2016

Sócrates y Nietzsche, Wittgenstein y Foucault, Ockham y Kant, Platón y Sartre... Aún en nuestras aulas.

La filosofía -sí, eso es, la filosofía- no va al compás del mundo, sino a contrapelo éste. El bien que ella propone —en último término, la capacidad de someter a la realidad a una impugnación radical—, lejos de ser el más extendido de los bienes, constituye más bien una rareza. Impugnar -por si acaso- significa rechazar la validez de una idea o afirmación mediante razones y argumentos.
 
 
En la Sociedad del Conocimiento priman las STEMs: acrónimo inglés de science, technology, engineering y mathematics. Sin duda, las ciencias del presente a las que todos más futuro les vaticinamos . Son éstas las ciencias que alumbrarán esa ingente cantidad de nuevas profesiones en las que mañana trabajarán los niños que están sentados hoy en las aulas de los colegios.
 
Sin embargo, la filosofía, pese al general desinterés que actualmente padece, se me antoja imprescindible en un tiempo que es (y será) pura innovación. Porque la innovación -igual que en los Siglos XVIII y XIX el progreso- en sí no es buena ni mala, ni humanizadora ni deshumanizadora.
 
La velocidad es importante; pero más, el destino del trayecto. En un tiempo que es pura innovación también habrá que inventarse un sentido nuevo. Y el sentido no es el mero acúmulo de información, sino una estimación. Esa que dicta que la Vida -pese a todo- merece la pena.
 
Este "pese a todo" es muy importante, porque el sentido no nace de la desinformación, sino de la Voluntad: no tanto de la Voluntad de "Poder" o de "Conocer" cuanto de la Voluntad de Amar.

Aunque herida -como Jacob- en el talón, la de Amar es la única Voluntad que, ante el Real Imposible de la Vida, nunca mansea. Ora se apoya en el nietzscheano bastón del Poder. Ora en el socrático del Conocer. Ora en el blochiano del Esperar. Amar es creer. Creer es crear. Crear es...

Sócrates y Nietzsche, Wittgenstein y Foucault, Ockham y Kant, Platón y Sartre... Sin Otros como Ellos habrá innovación, pero no sé si sentido. Ellos -ahora- son niños y se sientan en los pupitres de nuestras aulas. Nuestra responsabilidad -contra corriente- es su alumbramiento.