Prefieren creer a juzgar

Como todos prefieren creer a juzgar, nunca se juzga acerca de la vida, siempre se cree, y nos perturba y pierde el error que pasa de mano en mano. Perecemos por el ejemplo de los demás; nos salvaremos si nos separamos de la masa (Séneca, Sobre la felicidad)


domingo, 24 de abril de 2022

Prometeo, Sísifo y Antígona se quedarán pequeños.

Sostiene Michel Onfray que Occidente ha muerto. Estoy de acuerdo con él, aunque habría que matizar la tesis, tal y como él mismo hace desde el punto y hora en que, al hablar de la muerte de Occidente, casi siempre se refiere a la muerte, en particular, del judeocristianismo. Considero que, efectivamente, éste como religión está muerto y como acontecimiento cultural, agotado. No obstante, considero también que una suerte de "Occidente" -arreligioso y desterritorializado, cuya idiosincrasia es el Mercado y la Tecnología- va a sobrevivir -¡está sobreviviendo!- al decadente, finiquitado, judeocristianismo con el que fue uno, y grande, durante casi dos mil años. Muerto el judeocristianismo, asistimos al surgimiento de otra civilización, de un Nuevo "Occidente", que parece que va a poder albergar en sí el manojo de culturas regionales que todavía hay esparcido por el Planeta y que, con desigual vigor, reaccionan al ímpetu expansivo que, arrolladoramente, este nuevo "imperio" ejerce sobre ellas.

 (Eduardo Armenteros Cuartango, Esperando a los bárbaros)


A mi hija Esperanza,
y a sus amigos,
no para que sea mi lectora,
sino porque es motivo permanente 
de mi reflexión.

Esperanza, mamá, tú y yo asistimos desde un hermoso y antiguo rincón de la Vieja Europa a un cambio de época, al nacimiento de una nueva civilización que, obviamente, no emerge de la nada, sino de la superación de Occidente, en mi opinión, la civilización más admirable de cuantas ha habido, y ello pese al exceso imperialista que tuvo hasta mediado el siglo pasado. No en vano, en Grecia, cuna de Occidente, la bestia blanca se hizo hombre.


Sé que, probablemente, se me reproche que, consumadas las descolonizaciones tras la Segunda Guerra Mundial, en los foros internacionales quedó políticamente establecido que ninguna cultura es mejor que otra; pero te confieso que me dará igual, porque no acepto este acrítico multiculturalismo, actualmente vigente, ante el que la Vieja Europa lleva más de medio siglo sintiendo algo así como una desmedida vergüenza de sí misma.

Creo que realmente los tres somos unos privilegiados por estar asistiendo al nacimiento de una nueva civilización. No obstante, es cierto que este cambio de época a veces yo lo vivo con zozobra, sobre todo cuando pienso en tu futuro. El porvenir de mamá y el mío era más o menos previsible; el tuyo, en cambio, está por inventar. Tu futuro, el de tu generación, es como un enorme continente, recién descubierto, del que todavía no hay mapas y se desconocen sus confines.

En la azarosa ruleta del tiempo nos ha tocado algo que no ocurre todos los días. A la inmensa mayoría de los hombres le tocó épocas en las que parecía que nunca ocurría nada. Como Harari escribe en Sapiens, muchos podrían haberse quedado dormidos durante siglos y al despertar pensar con razón que abrían los ojos a un mundo que, en lo sustancial, seguía siendo el mismo en el que se durmieron. No es nuestro caso. Este tiempo es cualquier cosa menos monótono. Dejas un día de leer el periódico y al siguiente casi has perdido el hilo de los acontecimientos.

Esperanza, en rigor no sé si verdaderamente se trata de un nacimiento o de una metamorfosis. De lo que sí estoy seguro es de que vivimos momentos que pintan ser tan cruciales como fueron la Revolución Neolítica y la Revolución Industrial. Pero con una muy apreciable diferencia, que es la velocidad con la que los acontecimientos se suceden ahora:


Si la primera revolución -el nacimiento de las grandes culturas a orillas de los grandes ríos- fue un proceso sin prisas, de miles de años y la segunda -la invención de la máquina de vapor de agua y del motor de combustión y su intensiva aplicación industrial- fue un proceso acelerado, de tres siglos, la revolución en la que nosotros atropelladamente nos encontramos inmersos discurre a velocidad de vértigo y repartiendo, como nunca antes había pasado, obsolescencias a diestro y siniestro.

Tú todavía no tienes edad para eso, pero tu madre y yo sí tenemos la sensación de no vivir en el presente, sino precipitadamente arrojados al futuro y de no tener a dónde regresar a buscar solaz, porque el mundo del que venimos ha perdido su solidez y se desvanece a marchas forzadas. Unas veces nos puede la nostalgia: hay cosas que echamos de menos; otras, la inquietud: querríamos que los cambios fuesen más pausados y verles el sentido; y muchas, una positiva mezcla de intriga, de admiración y de entusiasmo: el futuro es sorprendente.

Esperanza, además, dicho con la modestia necesaria, somos unos privilegiados porque tenemos la fortuna de pertenecer a esa minoría selecta que sí se da cuenta de que hoy lo que de veras ocurre en el Mundo es que está naciendo una civilización gracias a otra que desfallece. Está claro, no es lo mismo vivir la Historia que estudiarla. Lo habitual es que uno se halle sumergido en el presente, que no haga pie en él, que carezca de la amplitud de miras para abarcarlo, de la inteligencia para extrañarse de él, objetivarlo y entenderlo. Y más habitual aún cuando es un presente tan arrollador como éste.


Por ejemplo, Esperanza, fíjate, en el Renacimiento o en la Ilustración. También fueron unos presentes vertiginosos. Supusieron la superación de la Edad Media y del Barroco. Pero, realmente, el Renacimiento y la Ilustración no estuvieron más que en la cabeza unos pocos, muy pocos, lumbreras. El resto, la inmensa mayoría, vivió y murió sin saber nada del antropocentrismo ni del tribunal de la razón.

Esperanza, mamá y yo no somos unos lumbreras, como el renacentista Erasmo de Róterdam o el ilustrado Voltaire. No obstante, me gusta creer que, gracias a la excelente educación recibida, la tuya está siendo aún mejor, sí somos de los afortunados que saben cuál es el "tema" de nuestro tiempo. Sé que compararnos con los "europeos" de los siglos XVI y XVIII es improcedente. Para cualquiera de ellos, el acceso a la información, también para los más caletres, Leonardo da Vinci o Isaac Newton, era infinitamente más difícil que para cualquiera de ahora. Por eso es tan desconcertante que el "tema" de nuestro tiempo hoy esté ausente, dolorosamente ausente, de tantas cabezas. Es tan desconcertante, tan doloroso, el estilo de vida tan banal de la mayor parte de nuestras sociedades.

Esperanza, de esta dolorosa ausencia, de esta desconcertante banalidad convertida en fenómeno de masa, te quiero hablar. Ninguna sociedad había tenido tan al alcance de la mano como la nuestra la posibilidad de convertir sus masas en individuos conscientes de que la vida es un proyecto intransferible, irreversible, inacabable... y de que no hay más soberano de la vida propia que uno mismo, su inexcusable protagonista y hacedor, porque nacer se nace en primera persona del singular, morir se muere en primera persona del singular, y vivir, no te equivoques, se vive también en primera persona del singular. Tu vida es tan irrebasable para ti como inasequible para los otros.


Para zafarse del colectivismo, esto es, para convertir la masa en individuos inteligentes y libres, hasta el siglo pasado éste fue el proyecto primero de los ilustrados y después de los socialdemócratas, nuestra sociedad ha tenido un ejemplar estado de bienestar: la educación y la sanidad universales y un amplísimo repertorio de garantías sociales. Y también, un consolidado régimen democrático: la libertad que dimana de la efectiva separación de poderes.

Sin embargo, algo no va bien en Europa y aún peor por aquí cerca. Salgo a la calle, miro alrededor y veo gente, riadas de masas estólidas, y pocos, muy pocos, individuos blandiendo la pancarta del Vivere audi! La educación, uno de los pilares de la ejemplar sociedad del bienestar occidental se ha quebrado.

Marx subrayó la "influencia civilizatoria" del capital. De ser así que la dinámica sociocultural depende de la dinámica económica, esto es, que la evolución de las ideas, de las creencias y de los valores va a la zaga de la evolución de la economía y que ésta depende a su vez de la capacidad de innovar, de su progreso científico técnico, de ser esto así, pienso que las sociedades occidentales se han "barbarizado", se han "gentificado", se han "masificado".


Esperanza, las sociedades modernas se han instalado en la espiral de un insaciable deseo de bienestar como retórica postmoderna de la felicidad: es la trampa de la dopamina; han consentido que la economía desalojara a la política de la cabina de control: en el Mundo mandan los fondos de inversión; han accedido a que la tecnología, con su portentoso poder de seducción, convirtiera a los individuos en usuarios, es decir, en el "material nutricio" del sistema socioeconómico propio de la era digital.

Contemporáneamente, el individuo quizás más libre e inteligente de la Historia, inexplicablemente, se dejó trajinar por la "mano negra" que mueve los hilos, hasta el extremo de ser hoy el infeliz "hombre felicista" que mira y no ve, que oye y no escucha, que lee y no entiende, que elige y no tiene libertad.

Esperanza, si no se sabe que en nuestra sociedad la educación dejó de funcionar, esta nefasta involución del individuo es incomprensible. Aunque tú no tengas experiencia directa de ello, en las aulas se abolió la cultura del esfuerzo y del mérito y se instauró esa perniciosa mediocridad que iguala a los alumnos por abajo y desincentiva la excelencia. Te preguntarás, ¿a quién beneficia, quién puede querer, el declive educativo de la sociedad? No lo sé. Pero tengo mis sospechas.

El resultado de las sucesivas reformas, ejecutadas so pretexto de la necesaria adaptación de la enseñanza a la Tercera Revolución Industrial, no es que la escuela y la universidad hayan dejado de impartir una formación presuntamente desfasada, que no favorece la empleabilidad de los alumnos en la economía 4.0, sino la invisible, pero muy eficaz, contribución a que la alienante degeneración del individuo en masa se consume sesudamente, que es lo que, de veras, necesita una economía que ha fiado su infinito afán de crecimiento al infinito afán de progreso de la tecnociencia.

La alienante degeneración del individuo primero en consumidor (en el siglo veinte) y luego (en el siglo veintiuno) en usuario precisa de su simultánea deseducación. La inteligencia y el sentido crítico, cosechados al cabo de un proceso formativo que los promoviera, sería una fuerte traba, la mayor de todas, a la masificación de los individuos, que es lo que, te repito, precisamente demanda la implantación de una tecnología al servicio de un sistema económico que está ya en la "explotación 4.0" de la sociedad. 

Esperanza, no sé si ya te queda más claro porqué esta sociedad, en general, a pesar de tener acceso inmediato a una inmensurable información, está lastimosamente deformada, que no desinformada, y es abrumadoramente desconocedora del "tema" de su tiempo y de la naturaleza autopoiética del individuo mismo. Es un enorme fracaso, quizás el mayor, de la historia más reciente de Occidente. 


Esperanza, mamá y yo nos afanamos cada mañana en no volvernos unos infelices felicistas,  para que tú tampoco lo seas. Procuramos no dejarnos asimilar a la mayoría sin que nos importe demasiado pasar por "distintos". Esperanza, ni nuestro lúcido sentido de la realidad ni nuestro despierto sentido crítico es algo que te podamos transmitir infusamente, sino algo que tendrás que aprender. Si te empeñas en hacer cosas inteligentes, te harás inteligente y esa inteligencia te hará libre y crítica. Así serás individuo, y no masa, y sortearás el riesgo de este nuevo colectivismo.
  
***

Esperanza, me he enrollado. Te iba a hablar, y todavía casi no he empezado, del revolucionario cambio de época, del nacimiento (o la metamorfosis) de la civilización a los que asistimos. Pero el asunto no es fácil de explicar. Es demasiado poliédrico. Intervienen la historia, la filosofía, la ciencia, la tecnología, la economía, la política, la sociología... Intentar una sinopsis que evidencie todas las interrelaciones  es complejo. No obstante, vamos allá.

Esperanza, si te asomaras al interior de la sociedad de cada país, especialmente, de los occidentales, verías que dichas sociedades se están volviendo multiculturales y muy complejas. Esto antes no era así. Muy al contrario, las sociedades de los países eran homogéneas. Tendían a una misma cultura, una misma lengua, una misma raza, una misma mentalidad, una misma religión, etc.


Si además tuvieras una visión panorámica, a vista de pájaro, de esas mismas sociedades, al comparar unas con otras, observarías que ya no son tan distintas entre sí como antes, que guardan muchas semejanzas en muchos aspectos. Es decir, la homogeneidad que antes tenían las sociedades particulares de los países, ahora la está adquiriendo la sociedad mundial, a escala global.

Aludo a tu propia experiencia para explicarme mejor. Mira, por un lado, en tu curso hay compañeros de varias nacionalidades. Esto en la clase de mamá nunca sucedió, y en la mía tampoco. Para ti convivir con extranjeros en el colegio es natural. Desde que eras pequeña los has tenido en tu aula. El grupo de alumnos de este curso es variopinto: chinos, franceses, chilenos, norteamericanos... Es lo mismo que le pasa a la sociedad particular de cada país.

Y, por el otro, atiende a tu vida en Irlanda. Es muy parecida a tu vida en España. Lo que más varía es el clima, el paisaje, la comida... Pero la mayoría de lo que tienes aquí lo encuentras allí. Entre tu amiga Annie y tú hay más igualdades que diferencias. Realmente, un niño irlandés y otro español piensan, sienten, juegan, de manera muy parecida.

Sin embargo, esto no siempre ha sido así. Por ejemplo, cuando tu amigo Paul llegó a España, pregúntale y que él te cuente, parecía llegado no de otro país, sino de otro planeta. En cambio, aunque separadas unos 2.500 kilómetros, ahora las sociedades española e irlandesa, sus estilos de vida, son cada vez más iguales.


Esperanza, en el tiempo en el que vivimos las culturas se han "deslocalizado". Primero fueron las industrias y luego las culturas. Aunque migraciones siempre ha habido, por ejemplo, algunos de tus bisabuelos, lo singular de ahora es que hemos pasado de un multiculturalismo jerarquizado a otro igualitario y simétrico en el que ya no se pretende ningún crisol, ninguna asimilación, ningún englobamiento, ninguna integración, ningún mestizaje, sino la convivencia de culturas diversas en una misma sociedad en legítima igualdad de condiciones.

¿Cómo se ha llegado a esto, te preguntarás? Entre otras razones, como consecuencia de un posicionamiento intelectual: se ha impuesto el concepto de cultura romántico e historicista al concepto de cultura ilustrado, y también el relativismo postmoderno al ideal moderno de progreso.

Esto ha ido favoreciendo un igualitarismo cultural que se ha establecido como premisa del ideal sociopolítico de una armónica convivencia de culturas y de civilizaciones en la que ninguna practica ningún género de ascendencia sobre el resto, lo cual es incierto, porque a la hora de la verdad a menudo se practica una reivindicativa ascendencia (postcolonial) sobre una Europa acomplejada y decadente. ¿Ejemplos? Uno muy cercano, los indigenismos en Hispanoamérica. 

Y también se ha llegado a esto por el hecho de la simple acumulación numérica. Las minorías ya no son tan minoritarias en las sociedades de los países, sobre todo, de los occidentales, que vienen de ser países ricos. Este incremento ha desactivado la bilateralidad entre la mayoría, que tenía la obligación y el interés de acoger, y la minoría, que tenía el deber y la conveniencia de integrarse; muy al contrario, lo que ahora hay es una creciente multilateralidad al margen de la tradicional mecánica de absorciones.


Pero esa idílica convivencia de culturas distintas en un mismo marco social no es fácil. Por ejemplo, ya hay sociedades, que antes eran homogéneas y que ahora están constituidas por una mayoría compuesta por la suma de minorías extranjeras, en las que los oriundos cada vez se sienten más incómodos y amenazados y por eso reaccionan identitaria, defensivamente, frente a lo que ellos viven como la dolorosa descomposición de su sociedad tradicional -el viento sopla de popa para los nacionalismos: del América first de Trump al España nos roba de Cataluña, etc.- y el descompensado reparto de una riqueza que no es tan abundante como antes.

Para entender esta protesta, Esperanza, tienes que saber que hay regiones occidentales -de la Europa Meridional, incluida Francia- que llevan varios lustros padeciendo un sostenido declive económico; regiones a las que el sostenimiento del estado del bienestar y de sus clases medias empieza a serles muy difícil, hasta el extremo de que sus políticos, por ejemplo, optan politiqueramente por diferir sine die la inevitable reforma del sistema de las pensiones y de la sanidad pública a costa de incrementar el déficit y el endeudamiento públicos.

Esperanza, esta deslocalización de las culturas, pese a esta reacción conservadora, no parece que vaya a tener vuelta atrás. Por eso, tienes que aprender a vivir con con lo distinto y a pensar lo distinto. Ya no se trata de seguir sosteniendo con Terencio que nada hay humano que pueda sernos ajeno, sino que nada hay ajeno no podamos reconocer como humano.

No obstante, Esperanza, no te aliento al acrítico igualitarismo cultural, pero sí a que desarrolles una singularidad universal y cordial. Me explico. Esperanza, te insto a que mantengas vivas tus raíces, las que nutren tu identidad originaria y serán la patria de tu memoria, y a que a la vez desarrolles la habilidad sociocultural y profesional precisas para que puedas hacer tu hogar en cualquier lugar del Mundo. Si tu singularidad no es universal, inevitablemente tenderás a un provinciano tribalismo centrípeta que te acabará excluyendo de esa Babel que te ha tocado vivir.

Y ojalá, Esperanza, tu singularidad, además de universal, sea cordial. En Occidente el ser hijos de Dios igualaba en dignidad a todos los hombres. En eso fuimos educados mamá y yo. Se atribuye a Flaubert esta cita: "Los viejos dioses habían muerto y los nuevos no habían llegado todavía. Hubo un momento en que el hombre estuvo solo". En esa soledad te encontrarás y me encontrarás.


No obstante, aunque no haya un dios que acredite la misma dignidad a todos los hombres, tú acércate al débil, porque como lo ves, te podrás ver y te podrán ver. No eres indefectible. Ojalá tus neuronas espejo te permitan reconocerte en los otros, especialmente en los débiles y en los distintos. Sin dioses, la dignidad humana -la igualdad de derechos- es una pragmática convención, un tratado político, que la empatía, más eficazmente que la razón, puede elevar a rango de exigencia ética, de imperativo moral.

Esperanza, en el contexto de este Mundo, que carece de dioses (pero no de muchos idolillos) y que a manos llenas favorece el colectivismo de la masa y que tan persuasivamente induce a llevar el mismo estilo de vida en casi cualquier parte del Mundo, sin singularidad serás masa; sin universalidad, provincianamente tribal; y sin cordialidad, sencillamente inhumana.

***
 
Esperanza, de cuanto te he descrito que ahora mismo ocurre en las sociedades, fíjate, sobre todo, en ese proceso, a escala global, de convergencia y homogeneización. Es una incipiente civilización. Vuelvo a tu experiencia personal. En Cork, lugar que conoces bien, sabes que puedes encontrar conexión a Internet para ver tus series de Netflix y un supermercado Aldi como el de al lado de casa de la abuela y una tienda de Zara como la de la plaza de La Campana y un Amazon Hub Lock para recoger tu compra de libros... 

Es la técnica. Esperanza, el vector de fuerza, el motor, de esta homogeneización social, la causa de esta irrupción civilizatoria, que hace que lugares tan distantes se parezcan tanto, no es una creencia política o religiosa, sino la trepidante expansión de la tecnociencia y de cuanto esta seguidamente posibilita. Me explico. Primero es el ordenador, el teléfono móvil, el automóvil, el avión, el GPS, las tecnologías médicas, las tecnologías agrícolas, las tecnologías energéticas, los medios de comunicación, las redes sociales...


Y tras ese inmenso cúmulo de cachivaches, que es posible adquirir y usar en cualquier sitio del Mundo, van los hábitos y las mentalidades que estos mismos chismes silentemente inducen a asumir allí adonde llegan, logrando así una pasmosa semejanza social, la cual produce un estilo de vida que es el mismo en Lyon que en Busan, en Berlín que en La Plata, en Cork que en Sevilla.

Esperanza, bien visto, no es la primera vez en la Historia que algo así sucede. Mira dos ejemplos. Primero el de Roma. En el S. I a. C. se podía ser romano, tener su mentalidad y llevar su estilo de vida, en la diócesis de Britannia y en la de Tracia, de una punta a otra del mapa.

Y también, más reciente, el del Imperio de España. En el S. XVII, desde Filipinas a Tierra de Fuego, gracias a que se antepuso la condición religiosa de ser hijo de Dios a cualquier otra consideración de orden jurídico, político y económico, el imperio español nunca tuvo colonias, sino provincias de ultramar, de modo que tan españoles eran los que vivían en la Mérida que había sido Augusta como los que vivían en la Mérida mejicana, y en la Córdoba que había sido califal como los que vivían en la Córdoba argentina... Mezclaron sus sangres, hablaron la misma lengua, rezaron al mismo Dios, tuvieron los mismos deberes y derechos ante el mismo rey, fueron a las mismas universidades, etc. Por tanto, Esperanza, no eches cuenta a esos libros de Horrible Histories que tanto te gustan y que tan malos dicen que fueron los españoles.

No es, por tanto, la primera vez que algo así sucede, pero sí la primera que sucede de manera tan rápida y tan global. ¿Cuánto tiempo ha tardado la tecnociencia en que hoy se pueda tener la misma mentalidad y el mismo estilo de vida indistintamente en Asia que en Occidente, en Europa que en América, en África que en Oceanía? Solo hay, es verdad, una cultura regional, la islámica, que se muestra fuertemente reacia a la envoltura civilizatoria que comporta la desbocada difusión de la tecnociencia. 

Llegados a este punto, Esperanza, te haré dos consideraciones sobre la tecnociencia. La primera acerca de su origen y la segunda de su presunta inocuidad. Con esto iremos acabando.

***

¿Quién diría que la tecnociencia tuvo su origen en Europa cuando ahora países que no son Occidentales, como Corea del Sur, Japón, China, Israel, Taiwán, están a la vanguardia tecnológica del Mundo? Esperanza, de nuevo vamos a echar un ojo a la Historia.

Hacia el S. X d. C. la capital de China, entonces Chang'an, es probable que tuviera casi dos millones de habitantes; mientras, la capital de la Europa de Carlomagno, entonces Aquisgrán, no llegaba a ser un pequeño barrio de Chang'an, y Córdoba, entonces capital del califato, no alcanzaba el medio millón, como tampoco Bagdad ni Constantinopla. Se calcula que por entonces Asía, China e India, suponía más del 70% del PIB mundial y Europa Occidental, el misérrimo 9%. La China del Imperio Ming, entre los siglos XIV y XVII, fue la civilización más avanzada de su tiempo. En el S. XV China tenía más de 150 millones de habitantes frente a los poco más de 50 de Europa.

Al tenor de estas cifras, dice Lamo de Espinosa, que en el S. XV nadie sensato habría apostado por Europa como futura conquistadora, colonizadora, del Mundo. De hecho, aunque en el S. XVII la economía europea había logrado asimilarse a las de China y la India, en el S. XVIII China se despegó pujantemente de las dos. Sin embargo, solo un siglo después Inglaterra libra, y gana, la primera y segunda Guerra del Opio contra China y ésta, vencida, le hubo de ceder Hong Kong, Shanghái, Kowloon, Sikkim...


¿Qué es lo que pudo ocurrir para que, contra pronóstico, la pequeña Europa torciera su mediocre destino histórico y emprendiera un ciclo de apogeo que ha durado más de tres siglos? Esperanza, me consta que ya lo has estudiado en clase. Eso que ocurrió fue la eclosión de su fascinante "invención de inventar". Si Grecia con su invento del logos "desencantó" la naturaleza y la abrió a la causalidad racional, Europa, de la cabeza de Bacon, Copérnico, Galileo, Newton y Leibniz, con su invento de la ciencia nueva "matematizó" la naturaleza y dio pie a una dominación, sin precedentes, de la naturaleza y del resto del Mundo.

De aquella Revolución Científica en los siglos XVI-XVIII vino la Revolución Industrial en los siglos XVIII-XX. La técnica, que siempre había sido la variable crítica de la prosperidad de los pueblos, propició que Europa, en concreto Inglaterra, emprendiera un crecimiento en progresión geométrica y que así fuera como se despegó del resto del Mundo, el cual, sin Revolución Industrial, siguió creciendo en progresión aritmética.

Anteriormente, el poder y la dominancia había sido de quienes aprendieron a afilar el pedernal, a emplear el fuego, a fundir y fraguar el metal, a domesticar animales; de quienes inventaron la rueda, el estribo, la herradura, el arado, el arco, la brújula, el astrolabio, el papel, la numeración y la escritura, los mapas, la pólvora, la astronomía, el ábaco, el papel moneda...


En adelante, a partir del S. XVIII, el poder mundial sería casi exclusivamente de Europa, que inventó la máquina de vapor, el motor de combustión, la perforación del petróleo y su refinado, la vacuna, la refrigeración, el avión, el ferrocarril, el automóvil, el acero, la electricidad y la bombilla incandescente, el telégrafo, el teléfono, la radio, la televisión, la fotografía, el cine, la penicilina, la pasteurización, la electrónica de semiconductores, la píldora anticonceptiva, la anestesia, la fisión nuclear, la línea de montaje, la cosechadora, el ordenador personal, la Internet., etc.

Esperanza, Europa es ciencia, sentenció Ortega hace un siglo. Llevaba más razón que un santo. La tecnociencia tiene su partida de nacimiento en Occidente, específicamente, en Europa. Seguramente, la ciencia haya sido el rasgo moderno y contemporáneo más distintivo de Occidente frente a otras milenarias culturas. No obstante, que la tecnociencia sea el "tema" de la nueva civilización, aún in actu nasciente, no implica que Occidente vuelva a ser el "tema" de la Historia. Es verdad, Europa inventó la tecnociencia y se valió de ella para labrar su hegemónica posición en el Mundo. Pero también es verdad que después los demás, copiándola, se han apropiado de ella, de modo que hoy la tecnociencia ya es patrimonio de todos.

Occidente es esa, más o menos decadente, civilización de cuya superación está emergiendo otra nueva. La implantación mundial de la tecnociencia, por tanto, no es efecto del recrecido impulso expansionista de Occidente; al contrario, es la consecuencia de su retraimiento. Mortecina Europa, la globalización de la tecnociencia quizás sea su más espléndido legado civilizatorio.

***

A estas alturas del S. XXI, USA todavía se muestra gallardo; Europa, en cambio, en marcado declive: su religión está muerta y desmayada su filosofía, su población está gerontificada y su economía en clara recesión y, para colmo, sus intereses geopolíticos tienen muy a desmano los océanos Pacífico e Índico, adonde se ha desplazado la pujanza geoestratégica del Mundo. Caído el Muro de Berlín, acabada la Guerra Fría, redimensionada la extinta URSS, Europa para USA dejó de ser parte del problema y también de la solución.


El dato es que en un siglo Europa ha pasado de ser el 33% del PIB mundial al 16% y la previsión es que en 2050 sea el 7%. El dato es que de los treinta países que tienen el mayor envejecimiento de población, veintinueve son europeos. Cuando hay más abuelos que nietos, ¿cómo es posible pagar pensiones, educación, sanidad, en definitiva, el estado del bienestar? El dato es que después del malogrado Tratado de Lisboa, Europa a duras penas es más que un espacio interestatal carente de gobierno ejecutivo supraestatal. Unida, Europa todavía es un gigante económico y comercial, pero por su cuenta ninguno de los veintisiete tiene suficiente dimensión para proyectarse en el nuevo orden mundial.

Esperanza, la Vieja Europa ha sido un excelente lugar para nacer. Pero parece que le falta poco, al menos a la Europa Mediterránea, para que se convierta en lo que la Vieja Grecia fue para los romanos. La Vieja Europa, tal como se intuye hoy, tiene más gloria en su Historia que en su Porvenir. Esperanza, cuando llegue la hora, no sé si lo mejor será zarpar, pertrecharte con la excelencia profesional y con la singularidad universal y cordial de la que ya te he hablado, y zarpar.


Esperanza, si puedes, evita quedarte en donde se vive apresado en una suerte de bucle melancólico, rememorando siempre la grandeza sida. Esperanza, en los siglos XV y XVI la Historia pasó a raudales por este hermoso rincón. Pero ya no. Esperanza, ve a buscar la Historia porque esto será su periferia. Se valiente como Aquiles, que se atrevió a salir de su refugio en el gineceo en el que su madre, temerosa, lo había escondido de la Historia, que entonces pasaba por Troya.

Esperanza, entre Ulises y Telémaco, elige ser Ulises. No seas el que espera, sino el que llega. Busca como adversario un valeroso Príamo que, en el mano a mano con él, te haga crecer al máximo de tu talla. Libra la batalla de la vida con la magnanimidad de Héctor. Y luego, cuando compruebes que, a partir de cierto punto, avanzar ya es retroceder, si quieres, regresa. Seguro que después de haber llenado tu tiempo de vida, en Ítaca encontrarás un hermoso olivo al que trepar.

***

Esperanza, retomemos el hilo, que me he vuelto a despistar. La segunda consideración sobre la tecnociencia que me queda por hacerte es acerca de su presunta inocuidad. Es falsa. La tecnociencia en absoluto es inocua. Hace casi un siglo Mumdford, un adelantado a su tiempo, lo evidenció estupendamente y también Carr, hace algo más de una década, lo dejó blanco sobre negro al preguntarse qué está haciendo Internet con nosotros.

Las herramientas siempre inducen a ciertos comportamientos que desembocan, al cabo del tiempo, en un determinado estilo de vida y éste, a su vez, también en una definida mentalidad. El hombre fabrica las herramientas y éstas luego conforman al hombre según ellas son. Es un toma y daca.


Por ejemplo, Esperanza, el hombre ha inventado la bicicleta y el patinete eléctrico, éste ahora tan de moda. El estilo de vida al que induce el uso de la bicicleta nada tiene que ver con el estilo al que induce el patinete eléctrico. El primero es saludable. Te mueves porque tú mueves la máquina. El segundo, por contra, es insalubre. No te mueves tú; la máquina te mueve; tú permaneces inactivo. Aunque te veas ir de aquí para allá, es una embozada variante del mismo malsano estilo de vida, sedentario y comodón, al que lleva la pantalla de la Play, del televisor, del ordenador, de la tablet, del móvil... Es el riesgo de que la técnica no te mejore, sino que te discapacite e incluso te sustituya.

Otro ejemplo, éste de mucho más alcance y en consonancia con lo que te acabo de apuntar, la técnica te empeora y te invalida. Véase la invención, hace una década, del llamado teléfono móvil. En realidad, es un potente ordenador de bolsillo, cuyo manejo apenas requiere conocimiento técnico alguno, lo que lo hace apto para cualquiera. La prueba es que en el Mundo ya hay más celulares que personas, unos siete mil millones de habitantes frente a los casi ocho mil millones de terminales.
 
¿Acaso hay alguna duda del enorme impacto que este cachivache está teniendo en los individuos de todas las sociedades modernas, incluidos los niños y los adolescentes? Desde que la comunicación y el acceso a la información es inmediata, el hombre se ha vuelto impaciente, ha perdido la noción de proceso y está secuestrado por la prisa y el instante. Desde que todo cabe y es posible en la pantalla, el hombre se ha vuelto toscamente audiovisual y el umbral de su atención y de su concentración, y de su fluidez de comprensión, de expresión y de razonamiento verbal, se han desplomado.

En los niños y los adolescentes, en particular a la hora de aprender y de estudiar, los efectos de este cachivache son devastadores. De hecho, empieza a haber indicios sólidos de que el llamado efecto Flynn, nombre con el que se bautizó al enorme incremento que a lo largo del S. XX experimentó el coeficiente intelectual al pasar de una generación a otra, ha revertido su espectacular tendencia. Desmurget habla de fábrica de cretinos.

En otro orden de cosas, es evidente que este cachivache ha forzado la fulgurante reconversión de sectores como el de la banca, la bolsa, la prensa, la televisión, el cine, el comercio, la educación, el transporte, la industria, el turismo, la sanidad, el transporte,  la logística... Y para colmo el Covid 19 nos ha enseñado que, efectivamente, casi nada hay que ya no se pueda hacer en una pantalla. En lo más duro del confinamiento, Esperanza, precisamente con una pantalla de por medio te vi jugando al Monopoli con tus primos y también, es verdad, no todo es negativo, hablando en francés con Clemence y en inglés con Annie.


Sin embargo, lo más impresionante de este cachivache no está siendo su brutal impacto en el modelo económico, sino precisamente en el modelo social. ¿Qué hubiera sido de tanta gente, durante la pandemia, sin videollamadas y redes sociales? Que la economía fuera fácilmente digitalizable era lo esperable; en cambio, que las relaciones sociales también se hayan revelado tan fácilmente subsumibles en la pantalla, debe haber sido una gratísima "sorpresa" que, por supuesto, Zuckerberg, Dorsey, Systrom, Musk y demás plutócratas tecnológicos bien están haciendo rentar. 

Marx atribuyó al capital un poder "constantemente revolucionario". No en vano él fue testigo de cómo la sociedad tradicional saltó por los aires y de cómo la masiva emigración del campo a la ciudad desató el cambio no solo de los usos y de las costumbres, de rurales a urbanos, sino también, y sobre todo, de la mentalidad, de la agraria a la industrial.

Sin embargo, me aventuro a decir, no sé si enmendando la plana a Marx, que ese poder revolucionario no era, al menos enteramente, del capital, diríamos hoy de la economía, sino de la tecnología. En la Revolución Industrial, el capital, lo que hizo fue poner a rentar la innovación tecnocientífica de su tiempo, que es exactamente lo mismo que lo que la economía hace en el nuestro.

Aunque el gobierno del Mundo sea cosa de los Mercados, la tecnociencia es el exponente al que la economía se eleva, la variable que incesantemente crea valor con su capacidad de innovar.  A mi juicio, la innovación tecnocientífica es el poder "constantemente revolucionario", el estímulo que da pie a las innovaciones sociales de nuestro tiempo, el que incita a la transgresión de las barreras de la tradición y de la propia naturaleza.

Detrás de esta sociedad anestesiada, de esta civilización de la memoria de pez, de esta era del capitalismo de la vigilancia, de esta geopolítica del dominio mental, de esta singularidad transhumanista, de esta ideología queer, de este invierno demográfico... siempre hay un hito de la tecnociencia, que es su princio activo.

Por eso, Esperanza, ni te instales en el cerril conservadurismo de quienes temerosamente eluden el tremendum et fascinas tecnológico que marca la altura de este tiempo; ni tampoco, al otro lado, en el frívolo progresismo de que quienes aceptan que todo lo técnicamente posible tiene que ser realizado sin más consideración que la de su posible facticidad.


Pero para ti, Esperanza, lo más difícil no será evitar la obsolescencia que hace envejecer casi cualquier profesión, ni sortear el colectivismo de la masa al que induce la economía por mediación de la tecnología, ni evitar la disolución de tu originaria identidad en el trasiego de la multiculturalidad de este Mundo global, sino estar subversivamente a la altura ética del utilitarismo, pragmatismo, como preeminente criterio de demarcación entre vida y muerte, bien y mal, hombre y máquina, individuo y masa.

En tu travesía el navío será la tecnociencia. Sin duda. Pero además te hará falta un destino. Es decir, necesitarás un sentido. Y eso también es innovación. Mas de otro tipo. También en este tipo de innovación Occidente fue asombrosamente genial. Lo cierto es que, me temo, Prometeo en su audacia, Sísifo en su perseverancia y Antígona en su integridad, se te quedarán pequeños.