Prefieren creer a juzgar

Como todos prefieren creer a juzgar, nunca se juzga acerca de la vida, siempre se cree, y nos perturba y pierde el error que pasa de mano en mano. Perecemos por el ejemplo de los demás; nos salvaremos si nos separamos de la masa (Séneca, Sobre la felicidad)


lunes, 23 de diciembre de 2019

El futuro ha comenzado: En la playa de Dover ya sopla el virazón.

"Hubo una vez en que el Mar de la Fe,
en toda su plenitud,
estuvo ceñido, a más no poder, a las orillas de la tierra.
Pero ahora sólo escucho
su estruendo, melancólico y prolongado, 
alejarse al son del viento de la noche
hacia los extensos, monótonos y desnudos bordes del mundo"
(M. Arnold, Dover Beach)

Recientemente, le he oído a un egregio arzobispo de la Iglesia Católica decir en un acto público que "esta sociedad, llegada la Navidad, secuestra a Dios". Es lo que algunos (no muchos pero sí mediática y políticamente influyentes) pretenden y, de hecho, consiguen: Que la Navidad, en particular, y la sociedad, en general, pierda su significado religioso.


Son los nuevos parabalanos, que actúan sin darse cuenta de que ese Dios (al que quieren expulsar) es parte máximamente sustancial de una cultura muerta hace tiempo, y de que si no acaba de ser enterrada es porque no hay otra que la reemplace. La Historia, ellos lo desconocen, pronunció su dictamen.

En las redes sociales, en las pantallas de televisión, de las tabletas y de los smartphone, en los titulares de la prensa y en las tertulias de radio, incluso en las pizarras de las aulas y en los libros de textos de los estudiantes:

Hoy en día lo que hay en la calle  es un  sucedáneo de cultura, muy hábil en favorecer epidérmicas hipersensibilidades , evanescentes lealtades; pero muy torpe (no sé si deliberadamente) en proponer a cada arquero (a cada individuo) un objetivo hacia el que apuntar y en suscitarle la determinación precisa para que éste dispare su flecha libremente.

Se trata de una cultura de bisutería y de quincalla que no se ocupa del individuo en tanto protagonista de una vida que es un proyecto irreversible en el tiempo, intransferible en la responsabilidad, inacabable en la ejecución e insubvencionable en el esfuerzo.

Se trata de una cultura de bisutería y de quincalla que no reta al individuo a la voz de Perficere te ad finem aude! (¡Atrévete a hacerte excelente!); sino que, muy al contrario, se ocupa de él solo como el anónimo generador de bigdata que ha comenzado a ser en su primigenia condición de compulsivo usuario de servicios y de consumidor de ocio y de moda. El ejercicio de tal condición es la manera más común del hombre de hoy de "entretener "(distraer) la vida.

Se trata de una cultura de bisutería y de quincalla que no protege, al revés, aboca y precipita, a esta sociedad (cuyos sujetos siempre son "colectivos" y nunca individuos), a su "rebarbarización", y ello pese a su altísima tecnologización por una parte y a su intensa prédica de conquista de nuevos derechos ciudadanos y sociales por otra. Nunca unas sociedades estuvieron tan escolarizadas y al tiempo fueron tan decepcionantemente "masa".

***

Esta sociedad es la que, según la denuncia, "secuestra" a Dios en Navidad. Pero la Navidad antes que religiosamente cristiana, sépase, fue religiosamente pagana. Los santos padres tuvieron el acierto de convertir el mito romano del Sol Invictus en fértil metáfora de su recién nacido mito cristiano. Un mito por otro, un Mundo por Otro.

Dos mil años después, la Navidad ha mutado de nuevo. Se ha repaganizado. Nadie lo pone en duda. A unos les duele; a muchos les da igual. Pero, principalmente, esta reconversión de la Navidad no se debe a la treta de unos "secuestradores" (los nuevos parabalanos) que viven presa de unos pseudomitos, líquidamente reactivos y apenas si creativamente propositivos (que sí, es cierto, son así), sino a la abismal resaca de ese océano que fue la cultura occidental, cuyas aguas acabaron definitivamente retrayéndose de las orillas. Las cuencas oceánicas están secas. Y las playas no tienen horizonte.

Entre tanto este abisal vacío se llena con las aguas de un nuevo océano; es decir, entre tanto una nueva civilización se funda, con sus nuevos mitos, con sus nuevos héroes, con sus nuevas leyendas; entre tanto los hombres (más de mañana que de hoy) dibujan en sus cabezas paisajes vírgenes capaces de constituirse en horizontes nuevos que requieran de la audacia de nuevos exploradores dispuestos a hollar sus nuevas arenas y plantar la "cruz" del nuevo sentido en ellas...

Entre tanto todo esto va ocurriendo, hoy una minoría dirá que Dios está "secuestrado" y otra que "muerto", y una inmensa mayoría (a la que le importa poco qué haya pasado con Dios y con la cultura que él sustancia), adorará al dios Entretener, con un fervor tan impulsivo como inconsciente.

***

El dios Tener era hermano gemelo del dios Ser, por quien sentía una incurable envidia, habida cuenta del favor preferente que Ser recibía de sus padres, el dios Sentido y la diosa Razón. Así que un día, aprovechándose de que sus padres, Sentido y Razón, fueron mortalmente arrastrados por las corrientes cuando el mar se tragó a sí mismo y las cuencas del océano quedaron a la intemperie, el dios Tener asesinó a Ser para convertirse en el dios principal del panteón, y luego tomó a la diosa Desear, esposa de su difunto hermano,  con la que tuvo un hijo, el dios Entretener.

Desde que esta teomaquia tuvo lugar, el envidioso dios Tener vive, sin la dialéctica referencia de su gemelo Ser, en apariencia más libre que nunca, pero en realidad más vacío que nunca. Y la diosa Desear, después de su viudez de Ser y de su amancebamiento con Tener, ha metamorfoseado el cariz de su ansia y ya no busca, como antes, la eudemonía, sino la hedonía.

El caso es que el hijo de Tener y Desear, el joven dios Entretener, ha aprendido de sus padres a que sus días transcurran ociosos, distraídos y ahítos de banalidad, y nada indica que por sus venas corra la misma sangre que alentó la vida de su tío Ser ni de sus abuelos Sentido y Razón. Pudiendo haber iniciado relaciones con  la nereida Esperanza, el dios Entretener ha perdido adolescentemente la cabeza por Ilusión, esa de atractivo pronto y de engañosa y efímera consistencia.

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NB.- El estruendo profundo que hoy se oye en la playa de Dover ya no es el estrépito melancólico del océano todavía en retirada, como el que sí debieron oír Celso y Damascio a orillas del Mediterráneo; sino el estruendo profundo del trepidante avance del faktum del nuevo tiempo, de este en el que está sucediendo una estrepitosa revolución (revolución más que acompasada evolución), seguramente sin precedente histórico ni pronóstico cierto.

Es el estruendo del tránsito en ciernes de sapiens a tecnologicus; el de la superación del dualismo "biología y tecnología", legendariamente instaurado por el valiente Prometeo. La medicina regenerativa habla de una muerte diferible. Y la ciberneurología de una inteligencia que no será artificial sino híbrida.

En cambio, la pedagogía, engolfada en sus tonterías, nada dice de que para saber no habrá que aprender.

Entre tanto, la masa, adoradora del dios Entretener, se ha acostumbrado a que las playas no tienen orilla y ni los cielos horizonte. No se percata de que el viento cambió en Dover. Es el virazón. Verdaderamente, el porvenir (que ya ha está aquí) depende tanto de las ingenierías (nadie lo cuestiona) como de la educación (casi nadie lo cree).

miércoles, 18 de diciembre de 2019

Spes Ultima Dea


Los griegos, para encontrar la unidad subyacente a la fluyente pluralidad de las cosas, traspasaron lo sensible e inventaron la metafísica. En cambio, los judíos, para buscar la justicia subyacente al injusto devenir de la historia, también traspasaron lo sensible, pero inventaron la teología.

viernes, 6 de diciembre de 2019

La fotosíntesis del alma


Estando al sol de diciembre, le entran ganas a uno de acurrucarse en la luz. El de diciembre es un sol de terciopelo, que amablemente se interpone entre nosotros y el frío y la desangelada oscuridad de la noche.