Prefieren creer a juzgar

Como todos prefieren creer a juzgar, nunca se juzga acerca de la vida, siempre se cree, y nos perturba y pierde el error que pasa de mano en mano. Perecemos por el ejemplo de los demás; nos salvaremos si nos separamos de la masa (Séneca, Sobre la felicidad)


martes, 1 de febrero de 2022

¿Salvación o cretinización?

Ante "el rapto de prosperidad" técnica al que asistimos, quizás algunos nos podamos sentir como Husserl ante "el rapto de prosperidad" científica al que él asistió. A Husserl el positivismo le parecía reduccionista; del eficientismo algorítmico algunos opinamos igual.

El problema no fue la ciencia hace un siglo, para Husserl, ni la técnica hoy, para nosotros, sino el absolutismo epistemológico que, so pretexto de la una y de la otra, se perpetró entonces y ahora: la realidad exclusivamente entendida desde el naturalismo positivista y desde el eficientismo tecnologicista como alternativa al entendimiento teológico, también exclusivo.

Al hombre le cuesta vivir desprovisto de sentido que justifique su existencia, que vuelva la oscura intemperie en luminoso cielo estrellado y el inhóspito mundo en acogedor hogar. Al hombre le cuesta que el ser y el pensar, como establecieron los padres griegos, no sean correlativos, que el conocimiento y la realidad no encajen a la perfección y que a la verdad, siempre más pequeña, le sobre realidad porque nunca alcanza a acotar su difuso límite.

Por eso, el hombre incurre, impenitentemente, en "pecar de mito", que consiste en añadir a las verdades que descubre el sufijo "-ismo", para agrandarlas y procurarles así la anchura ontológica, la correspondencia con el ser, que de por sí no tienen.

Escribió Pérez Galdós, en Lucha por la vida: Aurora roja, que en todo lo que se cree, sea en la anarquía o en la Virgen del Pilar, se cree igual. El hombre de hoy cree que la salvación le vendrá de la técnica. 

Esa salvación, que el hombre aguarda desde siempre, es una vida sin contingencia: el reingreso en Edén. Pero, desde que Nietzsche matara a Dios, su salvación ya no es posible ni más tarde ni más allá, sino solo ahora y aquí: en la inmanencia.

Al logro de este soteriológico cometido está consagrada la técnica, cuyo propósito, llevado al extremo, es el de una humanidad desacoplada de la inercia de la vida, que es desgaste y degradación:

Una humanidad liberada de su condición de animal laborans, que diría H. Arendt, esto es, exonerada del conjunto de penosas actividades surgidas de la necesidad de hacer frente a los "ciclos perpetuos de la naturaleza", que siempre amenazan con corromper nuestro mundo; una humanidad, al fin, que vive confortablemente por encima de la grávida vida.

Desde luego, el hombre nunca había estado tan cerca como ahora de alcanzar lo inalcanzable. La técnica le promete no ya paliar su desgaste físico, sino su limitación cognitiva y temporal, solo que, eso sí, al precio de hibridar su naturaleza.

Lo que tiendo a pensar que no es más que un valioso ideal regulativo, una fuente de incesante progreso, el hombre de hoy, obnubilado por este admirable "rapto de prosperidad", tiende a creer que será una conquista más pronto que tarde:

El hombre, gracias a la nanotecnología que formará protésicamente parte de él, no tendrá que aprender para saber, ni que vivenciar para experimentar. La muerte dejará de ser su ineluctable fato: será su elección. Y además le cabrá una vida metabiológica en el Reino de los Algoritmos: una vida incluso consciente. Nadie, salvo Dios, había prometido tanto.

Lo cierto es que en aras de su salvación el hombre ya ha renunciado a su naturaleza, primero por inspiración platónica y después cristiana. Pero en esta ocasión su salvación no pasa por el sacrificio -contra natura- de su naturaleza, pretendidamente sólo racional para Platón y sólo espiritual para el cristianismo; sino por su técnica artificialización, lo cual está por ver que no acabe siendo efectivamente posible. El transhumanismo así lo predica.

Hasta ahora el hombre ha vivido en una "naturaleza artificial", que es la cultura; en adelante, el hombre aspirará a artificializar su propia naturaleza. Con la técnica el hombre hasta ahora había transformado la realidad, haciéndola cultura, para mitigar su "fatiga de vivir": éste había sido su alarde evolutivo; en lo sucesivo el hombre se quiere transformar a sí mismo: será su nuevo alarde evolutivo.

El hombre no tenía control de su destino pero sí aprendió a tener cada vez más control de su entorno. Según parece, está al llegar el día en el que además tenga el control de sí mismo, en el que su evolución deje de ser ciega y adquiera una teleología que nunca tuvo: la que él mismo le quiera adjudicar.

Tal es la expectativa de salvación que la técnica le genera, que no es de extrañar que el hombre de hoy, tan crédulo como el de ayer, le haya endosado el sufijo de marras y haya hecho de ella el motivo de su creencia:

El hombre de hoy no fantasea con la idea de un cielo divino pero sí con la de una tierra divina en la que vivir, mediante la máxima tecnología posible, liberado de las trabas del propio proceso de vivir: sin su penalidad.

Pero, entre tanto llega, o no, dicha salvación, el hombre, cautivo de su fe en la técnica, la fe siempre es ciega, no percibe las nocivas consecuencias que el eficientismo algorítmico le está, ciertamente, causando en su día a día, haciendo de él, cuando hasta las cosas se han vuelto smart, un esperpéntico cretino.


La tesis de Ellul es que nada es neutro: la técnica, por supuesto, tampoco. Las herramientas, sostiene él, pertenecen a un sistema y el sistema moldea a las personas obligándolas, casi siempre sin tener opción de darse cuenta, a compartir unas normas, un sentido, unos valores...

De un modo de vida, cuya matriz es la técnica, era esperable que "fabricara" hombres inteligentes; sin embargo, lo que sucede es que está produciendo hombres fofos, blanditos, engolfados con la ilusión de una vida que no sea el trabajoso conatu essendi en el que la vida consiste desde la mítica expulsión del Paraíso, sino otra en la que el "rozamiento" sea cero y el movimiento tienda al infinito.

De este modo de vida, de esta "tecnovida", sale un hombre sin madera alguna de héroe, incapaz de protagonizar ninguna odisea, acostumbrado a una suerte de "voz pasiva" en la que la técnica es el "sujeto agente" de su vida cotidiana. Un hombre que ha perdido su autopoiesis, que adolece de iniciativa, que no es capaz de "autoquehacerse". Yo, a este hombre, hace tiempo, lo llamo felicista.

Por contra, el que sí se ha hecho inteligente, más que nunca, es el capitalismo, que ha encontrado en la técnica, en sus ilusionistas promesas de futuro y en sus impactantes realizaciones de presente, un formidable mercado en el que esa salvación ya no es el auspicio de ningún Estado políticamente bienintencionado, sino el negocio de las grandes compañías tecnológicas (GAMFA), cuyas cuentas de resultado son mayores que el PIB de muchos países, incluso de los desarrollados.

En el marco de la tecnificación del hombre, el culto al rendimiento y la contumaz mercantilización de todo, el ciudadano ha sido reconvertido en "usuario" de una vida pretendidamente más "desahogada" que, no obstante, no cesa de generarle nuevas servidumbres que, por lo común, hoy todavía no son tenidas por tales, dado el grado de cretinización de la sociedad en general:

Los modos de vida nos gobiernan. No tenemos creenciasson ellas, diría Ortega, las que nos tienen a nosotros. El culto a la ganancia ha encontrado en la racionalidad de la cuantificación y de la algoritmificación de todo, el medio para practicar una nueva alienación: en el tránsito del hombre consumista al hombre "usuario", éste ha sido enajenado de su vida, tanto pública como privada, y ésta ha sido convertida sociológicamente en espectáculo digital y económicamente, en data. Habida cuenta de esto, la alienación que Marx denunciara es irrisoria.

A expensas de que la prometida hibridación de su naturaleza se produzca, o no, y de que los dones que ésta reporte sean, o no, patrimonio común de la humanidad, lo cierto es que esta técnica, que al pensar a lo grande hace promesas cuasi divinas, por el momento es la inspiradora de un cretinizante, desolador, modo de vida.