Prefieren creer a juzgar

Como todos prefieren creer a juzgar, nunca se juzga acerca de la vida, siempre se cree, y nos perturba y pierde el error que pasa de mano en mano. Perecemos por el ejemplo de los demás; nos salvaremos si nos separamos de la masa (Séneca, Sobre la felicidad)


martes, 30 de marzo de 2021

La semana santa sin Semana Santa

En esta edición de 2021 he asistido con asombro y curiosidad a la creación de la semana santa sin Semana Santa, que es la semana santa de esa nueva normalidad en la que forzosamente estamos aprendiendo a convivir con el coronavirus para atenuar el estrago económico al que éste nos ha conducido.

Por mor de la pandemia este año tampoco salen las procesiones, y ya van dos seguidos. Sin embargo, hace meses, después de que la cabalgata de los Reyes Magos fuera sustituida por un estrambótico e imposible paseo en globo de Sus Majestades por el cielo de la Ciudad, se nos empezó a decir -se nos indujo a pensar- que pese a la inevitable cancelación de los desfiles penitenciales a la Catedral, este año sí habría Semana Santa. Así el vacío no sería absoluto, como en la primavera anterior.

La gente, ansiosa de sentirse viva, se lo creyó. Una cuaresma más hiperactiva que nunca, cargada de una profusa programación cultural, fue alimentando semana tras semana unas expectativas semanasanteras que solo el Domingo de Ramos se rompieron, eso sí, de golpe, cuando al fin la gente se echó a la calle al filo del mediodía y se topó de bruces con las "impensadas" consecuencias de una inédita semana santa sin Semana Santa.

Sin nazarenos y sin pasos por las calles, el Domingo de Ramos primero y luego el resto de los días festivos, la gente se repartió entre los dos únicos escenarios posibles en esta nueva semana santa: en colas desmedidamente largas en las puertas de las iglesias y en incontenidas aglomeraciones en los bares.

La estampa más común de esta semana santa sin Semana Santa ha sido la grimosa estampa de miríadas de "vagabundos semanasanteros" errando de cola en cola y de bar en bar a falta de unas procesiones que naturalmente ordenaran este sobrevenido y desconcertante caos.

De esta semana santa, pienso yo, quizás se podría haber recuperado la esencial centralidad de las Imágenes, tan severamente perjudicada en los últimos lustros, por la subversiva sustitución de la devoción cofrade por la afición semanasantera, lo que es el síntoma, a la manera sevillana, de la rampante increencia y vaciedad postmoderna.

Para esta semana santa sin Semana Santa las hermandades han dispuesto en sus templos primorosos altares en los que, a falta de la rabiosa y envolvente belleza de una procesión, las Imágenes han estado insólitamente "solas" ante la mirada perdida de la gente: esto es, sin nada que las pueda eclipsar, como a menudo sucede en el fragor de la calle en un tiempo en el que la religiosidad de la Semana Santa se ha minimizado hasta el extremo de hacerse casi evanescente y en el que su "espectacularidad", en cambio, se ha maximizado hasta el límite de la hipertrofia que la desnaturaliza.

Pero este no tener otra cosa mejor que hacer en esta semana santa sin Semana Santa que entrar en los templos a visitar a las Imágenes, lamentablemente, no parece que haya provocado una vuelta a Ellas para resaltar su fundacional centralidad.

La gente del siglo veintiuno, que cada tres segundos cambia de titular en la pantalla de su teléfono móvil, difícilmente soporta la solemne quietud de un Titular en su altar cuando Éste no echa a andar con el izquierdo por delante.

La atención de esta gente -a la que "maquiavélicamente" se la ha inducido a ser colaborador necesario de la invención de una semana santa sin Semana Santa, y a creer que la semana santa de la nueva realidad sería homologable a la Semana Santa de la calle y de la nostalgia- solo queda prendida a la realidad, sea la que sea, cuando ésta se asimila lo más posible al tráfago de las pantallas, el cual se ha convertido para el cerebro en la norma normans de la realidad percibida, de la Umwelt, que diría von Uexküll.

El sevillano, el aficionado a la semanasantería, el kofrade, incluso el cofrade y el devoto, no es una excepción. Por eso, aguantar una larga cola para luego estar solo unos pocos instantes ante unas Imágenes que no se mecen al son de ninguna música, no es una praxis semanasantera apta para esta gente, que no se sabe conmover ante una Imagen, por poderosa que Ésta sea, cuando aparece desprovista de sus exquisitas farfollas callejeras.

En la distancia corta, esta gente no le sabe aguantar la mirada a La Amargura, ni a Las Aguas, ni a El Cachorro, ni a La Magdalena que sale de San Andrés; ni se la sabe encontrar a La Encarnación, ni a Las Tristezas, ni al Señor de La Humildad y Paciencia, ni al de La Salud y Buen Viaje, ni al de Las Misericordias; ni tampoco sabe descubrir la impotencia en la mano izquierda de La Piedad de La Mortaja, ni el pasmo en el entrecejo de Montserrat, ni la esperanza en el rigor mortis de la mano derecha del yacente Cristo de La Caridad, ni el aura de triunfo en el atribulado Übermensch de San Lorenzo...

A la mayoría de esta gente, más aficionada que devota, más kofrade que cofrade, no le conmueven las Imágenes por Sí Mismas, sino hueramente la coreografía callejera en la que hace lustros las procesiones fatalmente han derivado. A la mayoría de esta gente, habitualmente saturada de los estímulos de una vida casi interrumpidamente online, solo puede gustar aquella parte de la Semana Santa que tiene más y más potencia sensorial.

Por eso, dicho sea paso, ha sido un "éxito" ese remedo audiovisual del pregón que ha habido este año. Y, por eso, además, esta semana santa sin Semana Santa, según parece, ha causado, a medida que fueron pasando los días, más hastío y decepción que catarsis y arrobo. En sus basílicas El Gran Poder no rachea el paso y La Macarena no amanece con ojeras. No, la calle, la espléndida calle, no cabe en los templos. Y sin ella, Ellas, insólitamente "solas", hablan a quienes ya no les saben oír.

Hace más de una década preconicé que la Semana Santa de Sevilla se encontraba en la disyuntiva de seguir siendo de Sevilla o Santa. Para continuar siendo de Sevilla, una fiesta matricialmente religiosa, ha de volverse tan arreligiosa como ya es la mayoría de la Ciudad. Y para continuar siendo Santa, una fiesta matricialmente popular, ha de volverse tan minoritaria como minoritario ya es el número de los sevillanos que distinguen entre "afición" y "devoción" y entienden que ésta es una experiencia de hondura vital que, propiciada por las Imágenes, religan en la fe con Aquello que Éstas representan o en la esperanza con sus Preámbulos.

Esta semana santa sin Semana Santa no ha hecho más que recrudecer el dilema, mostrándolo en toda su dimensión.