"Bruno siempre dice que, por desgracia, la vida la hacemos en borrador. Un escritor puede rehacer algo imperfecto o tirarlo a la basura. La vida, no; lo que se ha vivido no hay forma de arreglarlo, ni de limpiarlo, ni de tirarlo. ¿Te das cuenta qué tremendo?"
(E. Sábato, Sobre héroes y tumbas)
Ya estoy en ese punto -¡qué pronto!- en el que empiezo a convertir mi biblioteca, mi vida en anaqueles, en mi iconostasio, en ese religioso lugar, íntimo, quizás ilegable, en el que solo están, solo caben, mis devociones más allegadas, los libros que me imprimieron carácter, me dejaron huella y que, desde entonces, viven más en mí, en donde ni han cogido polvo ni se les han decolorado los lomos, que en los estantes.
Así, hubo libros en mi juventud con los que he decidido reencontrarme. Es un riesgo. Lo asumo. De algunos, en efecto, no me ha gustado el modo en que han madurado y por eso, una vez "desacralizados", no han regresado a la biblioteca, los he dado en préstamo, a ver si prenden en otras vidas.
En cambio, hay libros que siguen tan fascinantes y tan profundos como cuando eran jóvenes. Hay "mitos" inasequibles al desencanto, resistentes al corrosivo ácido de la realidad. Es el caso de los libros de Ernesto Sábato, de quien últimamente he releído El túnel y Sobre héroes y tumbas.
Las relaciones entre los protagonistas de estas obras, entre Juan Pablo y María y entre Martín y Alejandra, me parecen inconvenientes, desasosegantes, desmesuradas, agotadoras, tormentosas, destructivas, simplemente, invivibles...
Alejandra y Juan Pablo son personas arrostradas por una incontrolable fuerza, por una indómita pasión que los lastra, los somete, los tiraniza... Lo que podría haber sido el élan vital de sus biografías, es su élan mortel. A veces, la furia biótica es volcánica, disruptiva; enloquece y se devora, se aniquila, a sí misma asumiendo la forma de una pasión insubordinable y también fascinante que se rige con ímpetu cuasi cancerígeno.
Este tipo de pasión, descontrolada, excesiva, suicida, cuando se apodera de una idea, es la raíz del fanatismo y de la obsesión amorosa, cuando se apropia de un afecto. Este tipo de furibunda pasión, que se enquista en perpetua adolescencia, nubla la vista, embota la inteligencia y trampea con quien la padece y con quien sufre al que la padece, haciéndoles pasar por heroica firmeza lo que es obtusa cerrazón y por amor incorruptible lo que es egocéntrico afán.
Alejandra y Juan Pablo son personajes que tienen agudas aristas, que resultan ásperos al trato, que asolan la vida de quien tiene el infortunio de resultarles atractivo. Hay personas aparentemente vistosas, seductoras, impactantes, ante las que lo mejor es saber pasar desapercibidas, porque son como "agujeros negros": cuanta vida se les acerca es engullida con una gula tan incontrolable que no es posible alejarse indemne de ellas. Son personas tan "hambrientas" que de verdad no aman, aunque digan que sí, sino canibalizan.
En la vida ningún encuentro está urdido por la necesidad, todos comienzan fortuitamente y solo algunos, los menos, acaban siendo autobiográficamente necesarios. Tener una vida en paz, que no anodina ni insípida ni vulgar, requiere, sin duda, de la lucidez precisa para acertar con las personas a las que uno unge con la necesidad autobiográfica, para no elegir erradamente a personas como Alejandra y Juan Pablo, para no dejarse elegir por ninguna como ellas, para no quedar enredado en ninguna nociva pasión, ni propia ni ajena..
Somos agua, el agua nos es indispensable, pero el mar igual que es caricia en la orilla es mortalmente voraz cuando traga.
En este borrador que es la vida, equivocarse con las personas, hacer autobiográficamente necesarias a personas inconvenientes, es en no poco malograr la vida anticipadamente. Que los otros sean infierno, como decía Sartre, o sean hogar, nuestro lugar en el Mundo, depende de a quien uno elija, de por quien uno sea elegido.