Prefieren creer a juzgar

Como todos prefieren creer a juzgar, nunca se juzga acerca de la vida, siempre se cree, y nos perturba y pierde el error que pasa de mano en mano. Perecemos por el ejemplo de los demás; nos salvaremos si nos separamos de la masa (Séneca, Sobre la felicidad)


miércoles, 15 de enero de 2020

El fin de la clase media

Leo en la prensa que en 2030 la automatización habrá destruido entre 400.000 y 800.000 puestos de trabajo en España. La información no dice cuántos nuevos puestos creará la automatización (la Revolución Industrial 4.0), pero imagino que no tantos como los que destruirá y que, en cualquier caso, requerirán tanta competencia tecnológica que la mayoría de los desempleados difícilmente podrán a aspirar a ellos.

Noticias como ésta, que desde hace algún tiempo los medios repiten como si fuera una inevitable maldición divina, me hacen recordar aquello que algunos expertos -pocos según creo- se atrevieron a escribir cuando estábamos en el peor momento de la crisis económica de 2008: la sociedad, pasada la crisis, nunca volverá a ser la de antes; gran parte de lo perdido no se recuperará.



Una década después los hechos demuestran que tales vaticinios iban bien encaminados. La sensación de la calle es que tras la crisis -si es que ésta ya terminó del todo, algo que no está claro, pues hay síntomas de una nueva recesión- la sociedad no ha llegado a repuntar económicamente, pese a que el PIB del país, tras tocar fondo en febrero de 2012, ha crecido ininterrumpidamente desde marzo de 2013. ¿Dónde ha ido a parar este crecimiento? ¿En quién está repercutiendo? ¿Y acaso esa anómala recuperación -anómala porque no termina de traducirse en el restablecimiento económico de la clase media, que no ha alcanzado los niveles previos a la crisis- es la única y más importante diferencia perceptible en la sociedad después de 2008?

En el contexto de una desquiciada situación política en la que el país en tres años ha sido convocado cuatro veces a elecciones generales y dos de ellas porque ni siquiera pudo constituirse un nuevo gobierno, leo que Christophe Guilluy en su reciente No society sostiene que la oleada de populismo que recorre Occidente, de USA a Europa, no es el resultado de ninguna manipulación social, perpetrada ésta sobre todo en la Red, mediante la proliferación de fake news, sino la expresión del soft power que las clases populares -inesperadamente- están demostrando tener después de varias décadas de creciente malestar.

Según Guilluy -que centra su análisis en Francia y en menor medida en USA y apenas en el resto de Europa, incluida España- el populismo no es una pasajera y controlable fiebre de irracionalidad, sino la expresión del diagnóstico que la clase media occidental ha hecho del proceso económico y cultural en que las sociedades occidentales llevan sumidas al menos desde el final de los setenta y principio de los ochenta en que se iniciara la desindustrialización de Europa y Margaret Thatcher llegara al poder.

Su tesis principal es que la "economía mundo" está causando en Occidente un cambio de paradigma social que pasa por el desmantelamiento de la hoy ya menguante clase media y de la hoy ya maltrecha sociedad del bienestar; y que finalmente la clase media ha comenzado a reaccionar en contra de ello, poniendo en apuros a los de "arriba". A este paradigma Guilluy lo llama la "no sociedad", la "sociedad relativa" o la sociedad del "caos tranquilo".

En mi bachillerato tuve un excelente profesor de Historia que enseñaba que cada época tiene una mentalidad subyacente. Guilluy ensaya su descripción de la mentalidad subyacente a esta época, si bien lo hace por mediación del historiador norteamericano C. Lasch muy endeudado con la Escuela Franckfurt, para la cual el secreto del éxito de una minoría que logra hacerse con el control de la mayoría radica en una ideología que consigue convencer a los muchos de la razón de ser del poder que los pocos ejercen sobre ellos.

Con arreglo a esta premisa fundamental, el paradigma en ciernes, dice Guilluy, consiste en el reemplazo de una sociedad verticalmente partida en dos, según el esquema contemporáneo de izquierda y derecha nacido tras la Revolución Francesa, por otra partida horizontalmente en dos, según el esquema recién instaurado de "arriba" y "abajo". Dicho paradigma conlleva el nacimiento de dos nuevas clases sociales. Primero, el de una nueva burguesía y segundo, el de una nueva clase popular. La clave de esta reconfiguración social es el paso de la "economía nación" a la "economía mundo". En mi opinión, como al final escribiré, la clave no es económica sino científico tecnológica.

La nueva burguesía no es de alguna parte en particular (nación) sino de cualquiera parte (mundo). Vive bunkerizada en las metrópolis que acaparan el poder económico, financiero, tecnológico y político: en esas áreas en las que se crea el empleo de calidad. A raíz de esta polarización metropolitana del empleo no precario sucede que, por primera vez, las clases populares no viven donde hay el empleo, seguramente porque éstas ya no sean aptas para su desempeño. En España, últimamente, los políticos han lanzado el mantra de la "España vaciada".

La nueva burguesía quiere y practica la secesión del resto de la sociedad. Ha renunciado al bien común ("nobleza ya no obliga"). Cree en el libre mercado y en éste sin restricción social de ningún tipo. Defensora de la teoría de la "mano invisible", confía toda posible redistribución social de la riqueza en el efecto dinamizador del consumismo, especialmente en el de los más pudientes, como si éste fuese infinito y su capacidad para crear puestos de trabajo también. Esta "mano invisible" ciertamente crea empleo, pero sobre todo en el sector servicio y es de poca calidad.

Este nuevo paradigma también ocasiona la reconfiguración de las clases populares, que mayoritariamente  han dejado de ser las clases medias que en USA y UE encarnaron el way of life característico de una sociedad que garantizaba el bien común y que creó el estado de bienestar. Según Guilluy, la relegación que padece la antigua clase media es doble, económica y cultural.

Económica porque su empleo se ha precarizado. Al menos en España, los salarios no han recuperado los niveles previos a la crisis de 2008. Desde que se da una especialización mundial del empleo, en Occidente la clase media se ha empobrecido a la vez que una inédita clase media emerge casi de la nada en los países BRIC's, de modo que la endémica pobreza de países como China e India quizás se esté milagrosamente reparando. Es la "curva del elefante", que ha trazado el economista Branko Milanovic. Al tiempo que la clase media se va desplazando de Occidente a Oriente, los de "arriba" son más ricos que nunca y en una dimensión global.

En el nuevo paradigma de sociedad la clase media ha dejado de representar a la mayoría social; más aún, en este paradigma ya no parece que haya ningún grupo homogéneo, como era la clase media, que pueda representar mayoría social alguna; de hecho, la única mayoría social reconocible en el nuevo paradigma no es más que la suma multicultural, multiétnica, multirreligiosa, multiideológica...  de grupos y comunidades más o menos minoritarios: negros, asiáticos, africanos, musulmanes, judíos, latinos, católicos, protestantes, homosexuales, ecologistas...

En el nuevo paradigma tales minorías permanecen atomizadas. Denuncia Guilluy que se las quiere así. En este paradigma nada hay que los pueda mancomunar en categoría social mayoritaria. Ni siquiera la nación. No solo porque un porcentaje creciente de ellos sean inmigrantes, sino porque, para favorecer la globalización y que las sociedades sean un mercado común que fluye sin trabas de soberanías y fronteras, en el nuevo paradigma se aspira a la estandarzación de las sociedades, a su desnacionalización, a que olviden sus historias nacionales, sus identidades particulares.

La tendencia es que cada uno de los grupos de esta nueva y descompuesta mayoría social reivindica, en descoordinación con los otros grupos, sus propios derechos, tratando de gestionar sus particulares amenazas, que son tanto de índole sociocultural como económico. Se trata de defender el propio "capital cultural" en un contexto de cierta animadversión, de recelo y de rechazo, que se traduce en brotes de islamofobia, judeofobia, cristianofobia, blancofobia...

Socioculturalmente, Guilluy sostiene que los de "arriba" han querido desprestigiar a las antiguas clases medias para proceder con mayor facilidad a su sacrificio socioeconómico en el altar de la globalización. Éstas ya no son el segmento de la sociedad al que tienen que asemejarse los que llegan a Occidente, aunque luego sí tengan que integrarlos en sus barrios y en sus escuelas y tengan que dejar se beneficien de unos servicios sociales que hace tiempo consideran insuficientes incluso para ellos solos, sin tenerlos que compartir con nadie que viene de fuera.

En el nuevo paradigma lo que ha de imperar es el multiculturalismo como alternativa a una sociedad que estuvo configurada en torno a una mayoría social (más o menos) homogénea que vivía en un estado de bienestar asegurado.

Los primeros en caerse de la clase media fueron los obreros, en las décadas de los setenta y ochenta, cuando se procedió a la reconversión de la industria europea y norteamericana por vía de su deslocalización a otros emplazamientos con una mano de obra más barata; luego fue el turno de los agricultores, cuando la globalización les llegó a ellos por vía de la mecanización y de la importación de productos del campo que eran más baratos en origen y ellos hubieron de compensar pérdidas con subvenciones cada vez más costosas.

Después los empleados del sector servicio y los pequeños autónomos de casi todos los ramos comenzaron a padecer la precarización laboral; últimamente, es el turno de los jóvenes, porque no llegan a adquirir la competencia profesional precisa para acceder a un empleo que o es de alta cualificación técnica o sencillamente no es, y de los jubilados, porque no tienen garantías de que sus pensiones en el corto plazo les garanticen el poder adquisitivo y en el medio sean sostenibles; seguramente, los siguientes de la lista sean los funcionarios, porque ya no sólo el estado de bienestar es económicamente insostenible, sino también el Estado mismo.

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En el S. XX Occidente, más Europa que USA, con el logro de la socialdemocracia alcanzó el hito histórico del nacimiento de la clase media. Hasta entonces las sociedades habían estado severamente fracturadas entre los de "arriba" y los de "abajo". El fenómeno, aunque atinadamente denunciado por Guilluy, no es nuevo, sino una constante de la historia.

En todas las sociedades, entre los de "arriba" (siempre una "hiperclase") y los de "abajo" (siempre una "masa"), ha habido una enorme distancia. Sin embargo, tras siglos de arduas reivindicaciones, Europa logró insuflar a sus sistemas políticos una ética social que la llevó a la creación de la clase media y de la sociedad del bienestar. En Europa. También en USA la mayor parte de la sociedad no sólo dejó de ser pobre y analfabeta, sino que además social, política y culturalmente, llego a ser importante. Cada ciudadano valía un voto.

Durante una parte del S. XX, especialmente después de las dos grandes guerras, el bien común se convirtió en el fin político. Para ello fue preciso el compromiso de las élites, admitiendo, entre otras, el sufragio universal y una fiscalidad distributiva de la riqueza. De este compromiso es del que últimamente, denuncia Guilluy, ha desistido la nueva burguesía nacida al son de la economía global.

La conclusión de Guilluy es que la cultura del egoísmo, décadas después, se ha reinstitucionalizado y que las nuevas clases sociales finalmente han reaccionado, haciendo valer su soft power en la forma de esos populismos que van haciéndose fuertes en USA y en Europa, y que éstos no son, como el sistema de los de "arriba"quiere hacer entender, explosiones de radicalismo, sino de hondo malestar.

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En la también reciente lectura de El naufragio de las civilizaciones, el último ensayo publicado por Amin Maalouf, descubro la misma apreciación no tanto sobre los populismos, que él contrariamente a Guilluy entiende como movimientos reaccionarios más que progresistas, cuanto sobre la reinstitucionalización del egoísmo en la sociedad. También Maalouf piensa que el mundo actual se ha hecho menos solidario de lo que era hace algunas décadas. Pero su análisis tiene parámetros distintos a los de Guilluy. Como una especie de Hércules, Maalouf ha vivido con un pie asentado en cada ribera del Mediterráneo, la "levantina" en su Líbano natal y la europea en su Francia adoptiva.

Comparando a Guilluy y Maalouf, en la medida en que sea posible, donde el primero advierte algo así como un propósito deliberado, una trama maquiavélica y conspiratoria de los de "arriba" contra los de "abajo"; el segundo advierte las consecuencias del evidente fracaso del "socialismo científico" como teoría económica, del que afirma que fue "una buena idea equivocada".

Según Maalouf, la falta de un antagonista ha permitido que el capitalismo campee a sus anchas (él también habla de la imperante teoría de la "mano invisible") en una suerte de revolución reaccionaria que Thatcher y Reagan emprendieron a fines de los años setenta, basándose en la desconfianza que hace ya cuarenta años inspiraba un sistema político de protecciones sociales que se había vuelto magro y excesivo. Desde entonces, denuncia Maalouf, el papel de los Estados, en el contexto de la globalización, está en cuestión y la desigualdad no escandaliza como antes. A su entender, las sociedades occidentales están desprovistas de "brújula ética". Maalouf echa en falta "cementos sociales", porque los tradicionales, como la religión o el estado, ya no son efectivos. Su observación se parece a la de Guilluy cuando denuncia que la mayoría social no es más que una suma de minorías a las que nada aglutina y entre las que hay recelo, miedo y sospecha.

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Igual que la Primera Revolución Industrial provocó el nacimiento del proletariado, la Cuarta Revolución Industrial (llamada por Klaus Schwab Revolución 4.0) silente e irrevocablemente ha decretado la obsolescencia de esa misma clase media cuyo nacimiento procuró la Segunda Revolución Industrial y cuya viabilidad económica, sin embargo, la Tercera Revolución Industrial ha hecho imposible.

No obstante todo lo dicho, se equivocan los que alentados por la desmedida de un capitalismo libre de cualquier tipo de contrapeso, hacen una lectura primordialmente economicista de esta época. No es verdad que el dios principal del panteón de esta época sea el Mercado. Ya no. Sentencia Maalouf que es casi ley de la naturaleza humana que todo aquello para lo que nos capacita la ciencia lo acabemos haciendo antes o después sea con el pretexto que sea. Estoy de acuerdo con él. La lectura más acertada para desentrañar la mentalidad de esta época ha de ser primordialmente científica y tecnológica. El tema de nuestro tiempo no es la globalización de la economía ni de la sociedad ni de la cultura, sino la ciencia y la tecnología que hacen que todo ello esté siendo vertiginosamente posible, así como la pasmosa desintegración de los límites entre lo físico, lo digital y lo biológico (Ray Kurzweil), que quizás acabe convirtiendo al hombre en dueño y señor de su antes ciega evolución como especie.

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Como dice Maalouf, lo más importante de un libro no es lo que contiene, lo que dice, sino lo que suscita y provoca en el lector. Valga esto por No society y por El naufragio de las civilizaciones. El futuro, sigo pensando, será de la nueva casta de ingenieros y de médicos que sepan proceder a la fusión de la informática y de la biología, y de los educadores que, además de alfabetizar a sus alumnos en algoritmos, les hablen de Napoleón, Snowball, Cerdo Mayor, Boxer...

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