La esperanza deja de ser necesaria cuando el presente deja de nutrirse del futuro, cuando se vive exclusivamente de cara al pasado y éste se convierte en refugio adonde huir del desamparo y del hastío que causa el futuro.
Entonces la nostalgia ocupa el lugar de la esperanza. Pero también puede ocurrir que la esperanza, cuando no hay una Arcadia a la que escapar, sea reemplazada por la desesperanza primero y por el absurdo después.
Sin futuro no hay esperanza. Es verdad. Pero también lo es que la esperanza crea futuro.
La realidad es tozuda, a menudo cruelmente inamovible; mas otras muchas veces es maleable y modificable por una voluntad inteligente y apasionada cuya expansión de vivir pasa por la transformación del futuro en proyecto, del mundo en hogar, del otro en prójimo.
La esperanza no se fundamenta. Es imperativa. Es vitalmente necesaria. Se alimenta de sí misma. Absurdo no es sostenerse en ella, sino la consecuencia de caerse de ella y de, peor aún, dejarla caer a ella.
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