¿Habré tenido yo la suerte de cazar ese pájaro maravilloso de la felicidad, que todo el mundo asegura saber dónde anida, y que nadie, en último término, encuentra? ¿Será verdad que ha llegado la Fortuna como una pintada ave del Paraíso, o no será esta dicha extraordinaria más que un pájaro corriente, aletargado, que al último se me escapará, dejándome en las manos unas cuantas plumas de la cola?
(Pío Baroja, El pájaro de la felicidad)
Hay un jardín en cada infancia, un lugar encantado donde los colores son más brillantes, el aire más suave, y la mañana más fragante que nunca más.
(Elizabeth Lawrence)
En alguna de sus novelas escribió Juan José Millás que el niño que de pequeño, en su infancia, pasó frío, de adulto también pasará frío. Las emociones, las sensaciones, los afectos, las vivencias, de la infancia y la niñez son altamente resistentes. Es difícil que el paso del tiempo, para bien y para mal, las erosione y las desgaste.
El niño es el padre del hombre, sentenció William Wordsworth. Quiero pensar que el niño que en su infancia fue feliz, luego, de adulto, pese a las mil vicisitudes de la vida, no dejará de creer en la felicidad, en su reeditable posibilidad, porque la certeza de haberla experimentado, su lúcido y vívido recuerdo, le será, ojalá, motivo de fundada esperanza.