Los griegos, para encontrar la unidad subyacente a la fluyente pluralidad de las cosas, traspasaron lo sensible e inventaron la metafísica. En cambio, los judíos, para buscar la justicia subyacente al injusto devenir de la historia, también traspasaron lo sensible, pero inventaron la teología.
El logos es a la metafísica lo que la esperanza es a la teología. Las dos siguen siendo imprescindibles para que una vida sea humana. Y las dos presumen la existencia de un orden, de un sentido: para la una, racional y para la otra, ético.
Seguramente esa presunción carezca de fundamento in re y sea algo extraído de la cabeza humana, una creativa invención urdida a instancias de la necesidad; y luego, una inacabable tarea en cuya imposible consecución, sin embargo, el hombre asciende al rango de divino animal.
Hoy es, litúrgicamente, el día de la Esperanza: una de las jornadas más íntimas y profundas a las que un descreído puede aspirar a -heterodoxamente- celebrar.
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