El Comunismo había fracasado. En 1989 el Muro de Berlín había caído y en 1991 la URSS había colapsado y su descomposición era imparable. Esto significaba no solo la posible reunificación de Europa, repartida como botín de guerra en Yalta, sino también, y sobre todo, la posible homologación política y económica del Mundo... ¡Ahí es nada!
El Estado Liberal había vencido a su antagonista. De un Mundo tensamente dividido en dos bloques de ideologías irreconciliables, se podría pasar a otro sin confrontación bilateral y regido, todo él, por un pensamiento único, ése que daba sustento a las democracias liberales: la primacía del individuo, de la propiedad privada, de la libre circulación del capital, del sufragio universal, del Estado como garante de sanidad, educación y subsidios...
En adelante, no se habría de producir ninguna dialéctica sociopolítica más; solo habría que procurar la "exportación" del Estado Liberal a los países no occidentales, a culturas de otras latitudes, todavía sin democratizar, y echarlo a funcionar, para que generara riqueza allí donde se instaurarse. Esta vez el resto del Mundo sí tendría la oportunidad de crecer económicamente como antes nunca había podido.
Pero... ¿por qué esta vez sí y antes no? Durante la segunda mitad del S. XX, hasta el derrumbamiento del Comunismo, Occidente gobernó el Mundo valiéndose de un género de "colonialismo" no ya imperialista pero sí económico, milimétricamente trazado en las conversaciones de Bretton Woods, cuando la II Guerra Mundial aún no había terminado pero ya urgía diseñar cómo sería, tendría que ser, el Mundo de después.
Las antiguas colonias occidentales serían Estados de pleno derecho, con el reconocimiento internacional de la ONU, aunque sus economías, en general, seguirían estando hipotecadas a quienes habían sido sus metrópolis, que se reservarían el monopolio industrial, suyo desde el inicio de la Revolución Industrial, mientras que los países de nueva creación solo dispondrían de sus materias primas, con las que, salvo venderlas a las potencias occidentales, en condiciones escasamente ventajosas, poco podrían y sabrían hacer al carecer del Know How para transformarlas industrialmente y así crear valor y enriquecerse justamente.
Pero esta vez, en el paso del S. XX al XXI, caído el Comunismo, triunfante el Liberalismo, acabada la Historia... la oportunidad de crecimiento económico para estos países sí parecía verosímil. Occidente estaba persuadido de que la globalización del Estado Liberal iba a traer, mediante la globalización del capital, la globalización del enriquecimiento.
El Liberalismo favorecería un nuevo orden mundial gobernado por una economía en la que, aunque unos, como siempre, ganaran más que los demás, nadie perdería, al contrario, todos se enriquecerían. Al Mundo no Occidental le pasaría lo que a los bárbaros cuando accedían a romanizarse y participaban de la dinámica comercial y cultural del Imperio, que les llegaba la prosperidad y hasta podían convertirse en provincias de Roma y sus pobladores adquirir la ciudadanía.
Y en este ensueño "milenarista", de enriquecimiento sin límite y de erradicación de la pobreza, estaba sumido Occidente cuando, tras el ataque a Las Torres Gemelas y al Pentágono, el propio Occidente, traumáticamente, se dio cuenta de que su pretensión de implantar el Estado Liberal más allá de sus fronteras era una ingenuidad o una estupidez o una maldad...
Y al poco, cuando, tras las crisis financiera de 2008, que tan rápidamente adquirió las proporciones de una debacle global, también se dio cuenta de que el Liberalismo no era portador de un mecanismo económico "infalible". Y de nuevo, cabe la duda: ¿ingenuidad o estupidez o maldad?
Con lo cual, después de los fatídicos 2001 y 2008, la globalización del Liberalismo, pretendido punto Omega de la Historia, había sufrido dos severos sobresaltos: uno exógeno, en lo relativo al rechazo con el que una parte del Mundo no Occidental había recibido ese modelo de Estado que no les era propio; el otro, endógeno, en lo relativo al buen funcionamiento del mecanismo económico del Liberalismo. ¿De veras éste es capaz de crear riqueza para todos, sin que nadie pierda?
En cuanto a lo exógeno, como bien explica J. Gray, la transferencia, entre culturas abismalmente distintas, de un determinado modelo sociopolítico, dígase el Estado Liberal, es una tarea difícil, quizás imposible. Los términos que cierran el marco de referencia de una sociedad, en el que surge el mecanismo político y económico que se desea transferir, son apretadas abreviaturas de largos, complejos y, a veces también, sangrientos procesos históricos. Por eso, este tipo de cirugías probablemente fracasen.
Allí donde no se siente el apremio de la libertad ni de la igualdad de derechos y de obligaciones, donde no se tiene clara conciencia del valor del individuo ni se ha transitado del pensamiento mágico al racional y específicamente al científico... puede que ni individuo ni libertad ni derechos ni razón ni ciencia ni secularización... sean instancias realmente valiosas, capaces de suscitar lealtades sociales mayoritarias.
Cada sociedad tiene su relato, sus propias ficciones intersubjetivas, que diría Harari. Véase, por ejemplo, el resultado de la invasión de Iraq y de la Primavera Árabe y de la invasión de Afganistán... Una vez que las tropas occidentales se retiraron del terreno y ellos volvieron a regentar su gobierno, los principios "importados" desparecieron en favor de los oriundos, que solo en apariencia habían sido removidos de los cimientos de la sociedad.
Como dice E. Cioran, "no es fácil destruir un ídolo: requiere tanto tiempo como el que se precisa para promoverlo y adorarlo. Pues no basta con aniquilar su símbolo material, lo que es sencillo, sino también sus raíces en el alma", lo cual no es oficio del político, sino del educador, y en un Mundo gobernado por una economía con un apetito insaciable de enriquecimiento, al educador lo único que se le pide, se le permite, es que "fabrique" consumidores y usuarios, no ciudadanos libres, inteligentes y críticos. Ésta es su contribución al éxito del "mercado total", del "Mundo-Mercado".
En cuanto a lo endógeno, la expectativa era crear riqueza sin crear, a la par, pobreza, y el caso es que con la globalización del capital la tasa mundial de pobreza extrema parece haber ido bajando significativamente. Así, según datos del Banco Mundial, de 2006 a 2014 la tasa había descendido del 38% al 26% de la población mundial y diez años después, en 2024, hasta el 8,5%.
Sin embargo, a la larga, la globalización sí parece estar generando una factura, de momento, no imputada, como sería lo esperable, a la plutocracia (que se ha deslocalizado y ahora su país es el "Mundo-Mercado" y cuyas ganancias baten récords: así, según el Banco Mundial, el número de millonarios ha pasado de los 14,7 millones del año 2000 a los 60 millones de la actualidad); sino a las clases medias occidentales, cada vez más empobrecidas, primero por la deslocalización de las industrias, implantadas allí donde los costos sean menores, y luego por el estallido de la revolución tecnológica, ínsita como su facilitadora en la propia globalización del capital, que los ha empezado a hacer profesionalmente obsoletos.
De hecho, según la OCDE, la clase media prospera rápidamente a escala mundial, pero decae, si bien todavía lentamente, en Occidente. A nivel mundial, a finales de 2018 la clase media se podía cifrar en 3.600 millones de personas, casi la mitad de los habitantes de la Tierra. El dato se había duplicado en apenas una década. Pero en Estados Unidos, entre 1991 y 2021, el porcentaje de familias con ingresos medios se contrajo del 61% al 50%.
Igual que de la obsolescencia de los artesanos, en el S. XIX, nació el proletariado, en el S. XXI, de la obsolescencia de la clase media occidental, en breve nacerá, ya ha empezado, una nueva clase social, todavía sin "bautizar", aunque algunos ya la llaman la clase inútil, que es la que está catalizando muchos de los desequilibrios que el nuevo orden económico genera.
Esta clase media venida a menos es el caladero de votos de los partidos políticos, de reciente creación, instalados a la izquierda de la izquierda y a la derecha de la derecha, los cuales encuentran sus ventanas de oportunidad electoral en su creciente descontento, el cual evidencia, clarísimamente, que el fin de la Historia, en efecto, no había llegado en 1992, que entonces la organización sociopolítica y siocioeconómica no había alcanzado, ni mucho menos, su plenitud desarrollo racional, sino que, al contrario, la Historia estaba, como ahora, como siempre estará, inacabada y pendiente de hacer.
De momento, a los Estados Occidentales, a la vez beneficiados y perjudicados por la globalización, no les queda otra que seguir tirando de la deuda pública, la cual ya no es tanto para prosperar, para invertir anticipándose al futuro, como para pagar la factura de la globalización y sostener el insostenible estado de bienestar actual de sus ciudadanos y evitar que su creciente descontento haga saltar todo por los aires. No obstante, la creciente fragmentación y polarización social, económica y política en Occidente es indisimulable.
Puede que el mecanismo económico del Liberalismo, a medio plazo, se haya mostrado defectuoso, que su pretensión de crecimiento ilimitado, a coste cero, no fuera más que una vacua ilusión que, por sus efectos narcotizantes, las sociedades occidentales han creído con pasmosa ingenuidad. Sin embargo, hoy más que nunca, esta incontenible pretensión económica, pese al incipiente desgaste del estado de bienestar, es una de sus más preeminentes y efectivas creencias.
De hecho, aunque las grandes religiones monoteístas todavía cuenten sus fieles por cientos de millones, la existencia de Dios y de una Vida Futura, por lo general, ya no es la principal creencia rectora de las actuales sociedades occidentales. Para el hombre de hoy, "consumidor-usuario", aunque tolera bastante bien la disonancia cognitiva entre sus creencias, los textos sagrados de esas religiones no son la principal fuente de inspiración para diagnosticar el presente ni pronosticar el futuro.
Esto lo pone bien de manifiesto su estilo de vida mayoritario, el cual parece cimentado en la persuasión de que el camino de la felicidad es el consumo: cuanto más consumo, más felicidad. Lo cual sería imposible sin la premisa del crecimiento económico ilimitado; el cual, a su vez, sería imposible sin la premisa de una tecnología a día de hoy cuasi omnipotente: inteligencia artificial, ingeniería genética, biología sintética, nanotecnología...
Antes la creencia en la existencia de Dios era la condición de posibilidad de una vida plena después de la muerte, ahora la creencia en el crecimiento económico y tecnológico ilimitados es la condición de posibilidad de una vida plena antes de la muerte.
Con la Modernidad nació un afán por el crecimiento económico que no era característico de la Edad Media y que en la actualidad es la obsesión del hombre común. Crecer económicamente no solo es posible, sino deseable. Primer mandamiento: hay que producir más. Segundo mandamiento: hay que consumir más. En este tiempo crecer y consumir es tan indubitable e indubitado como en los anteriores era amar a Dios y al prójimo como a uno mismo... Es algo cuasi religioso.
Es una de esas creencias en las que, diría Ortega, inadvertidamente se está. La expectativa de un consumo mayor, consecuencia de un enriquecimiento mayor, es todo cuanto el "Mundo-Mercado" puede ofrecer al hombre de hoy en favor de su felicidad. Los lujos de ayer son necesidades de hoy. Trabajar para poder consumir. Consumir para poder ser feliz. Descubierto el circuito bioquímico de la dopamina, el "hambre" insaciable del "consumidor-usuario" es el secreto del movimiento económico perpetuo.
El hombre de hoy nunca dirá que ya ha consumido lo suficiente ni, por tanto, que ya ha crecido lo bastante; al contrario, está persuadido, forma parte de su credo, de que, de nuevo, hay que invertir los beneficios obtenidos para crecer más. Que no haya pobres en el "Mundo-Mercado" no es un gesto de magnánima filantropía. El número de pobres es inversamente proporcional al número de "consumidores y usuarios". Cuanto más "consumidores-usuarios" haya, y más alto sea su poder adquisitivo, más crecerá la economía. Es el motivo por el que, muerto el rival comunista, el liberalismo se lanzó a la globalización del capital, sembrando la ilusión de que el resultado sería la erradicación de la pobreza.
En julio de 1944 fueron los acuerdos de Bretton Woods. Antes aludí a ellos. Doy por seguro que habido otros "Bretton Woods". Unos para que el Mundo entrara en crisis y otros para que el Mundo saliera de la crisis. Así sería como en 1989 cayó el Muro de Berlín y como en 1991 la URSS se descompuso y se inició la globalización del Estado Liberal, en particular de su artefacto económico, para reconvertir el Mundo de entonces en el actual "Mundo-Mercado". Si este "Mundo-Mercado" entrase ahora en crisis, como parece que le está pasando, será porque ya hubo otro "Bretton Woods".
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