Prefieren creer a juzgar

Como todos prefieren creer a juzgar, nunca se juzga acerca de la vida, siempre se cree, y nos perturba y pierde el error que pasa de mano en mano. Perecemos por el ejemplo de los demás; nos salvaremos si nos separamos de la masa (Séneca, Sobre la felicidad)


domingo, 15 de noviembre de 2015

El mito de Europa allende el λόγος

En memoria a todas las víctimas inocentes que murieron cada vez que Europa, acobardada ante fanatismos foráneos, se enrocó en el desistimiento de ser Sí Misma.


Zeus se revistió de la apariencia de un hermoso y manso toro blanco para seducir primero y luego raptar a la joven Europa, a la que llevó hasta la isla de Creta, en donde la agasajó con varios presentes, entre ellos la protección de Talos, el autómata que Hefestos con la ayuda de los cíclopes había fundido en bronce.


Talos era el incansable guardián de Creta, adonde ningún extranjero podía entrar sin su permiso, de manera que, cuando algún foráneo pretendía burlar su vigilancia, Talos se arrojaba al fuego para hacerse incandescente, y después se abrazaba tenazmente al invasor para reducirlo a cenizas.

En su aduanero cometido, Talos sólo dejó de ser imbatible cuando Medea lo convenció con sus hechizos de que se tornaría inmortal como los dioses, si dejaba que su sangre fluyera de la única vena que le recorría el cuerpo a través del talón de uno de sus pies, en la creencia de que posteriormente el icos de los dioses satisfacería su ansia.

Así es como Talos, dejándose engañar por Medea, acabó muriendo; como el Argo consiguió arribar libremente en Creta; y como Europa perdió el amparo broncíneo que la protegía.

***

Pero es sabido que los pueblos del Egeo que tuvieron talento para crear mitos tan hermosos, también tuvieron talento para “despertar” de esos mismos mitos a la “vigilia” de la razón; talento para apercibirse de la μάθησις que, más allá de las sombras de las apariencias, regula la Φυσις; talento para descubrir ese “divino” tipo de ver que es el θεωρειν y así transitar, de la mano del recién “nacido” λόγος, del tremendum del χάος al fascinans del κόσμος.

Europa, andada la historia, dejó de ser esa doncella de “ojos grandes” a la que Zeus, encaprichado de su belleza, pusiera al seguro de Talos, para convertirse en esa colosal cultura que llegó a creerse inmortal, como inmortales eran los dioses que daban vida a sus ancestrales mitos, persuadida como estaba de que el λόγος que circulaba por sus adentros debía ser algo así como el divino ἰχώρ.

Europa, andada la historia, resultó no tener mejor bronce para su defensa que el “talos” de su λόγος. Ese mismo λόγος que, habiendo nacido griego, y porque era su alma, se reencarnó con Ella cuantas veces fue preciso: primero en la ratio de los estoicos y los escolásticos, y luego en la Vernunft de los idealistas.

Pero Europa, andada la historia, decidió poner su mejor bronce, el “talos” de su λόγος, apuntando hacia sí misma. Metió entonces el troyano caballo de la “crítica” en su propio patio de armas.

Y así es como Europa se hizo presa de sí misma. Y se dejó atrapar en una suerte de “escalera imposible” en la que no sabía si lo que hacía era subir o bajar. Y así hasta perder, incluso, la noción de verdad. Lo que antes había sido la sana pulsión del escéptico -ese atleta del conocimiento que jamás renuncia a averiguar aquello que la verdad esconde- acabó convirtiéndosele en pulsión de tánatos, en autodestructiva propensión.

Consecuentemente, cuando más Europa había alcanzado a ser, Europa empezó a perder la autoestima. Su historia se trastocó en la historia de un acomplejado desistimiento de sí misma, en una vergonzante abdicación de sus principales rasgos.

Abrumada por los monstruos que su λόγος había fabricado (el mapa de su historia es una piel que miles de veces Ella misma rasguñó), Europa comenzó quedamente a renunciar a su inmortal aspiración, a menospreciar el ἰχώρ de los dioses que fluía por sus venas. Y más insegura de sí que nunca, aceptó el informe (de unos forenses a los que Ella misma había instruido) en el que se dictaminaba su irreparable ocaso.


***

Hoy, así lleva algún tiempo, Europa se ha echado a morir. Odiada y envidiada, no pocos aprovechan su debilidad para ultrajarla. Cada vez más apoltronada en las periferias del Mundo, más nostálgica de lo que fue que ilusionada y comprometida en lo que podría llegar a ser, Europa parece aguardar con resignación y cobardía la culminación de la profecía de su autoliquidación.

No entiendo por qué Europa debe morir. Menos aún entiendo por qué Europa parece empeñada en su fin. Es obvio que otros quieren su muerte. Les mueven los intereses geopolíticos, las ambiciones de los mercados, y la ceguera de unos fanatismos de los que Europa se autoprotegió, la última vez no hace mucho tiempo. Mas a fecha de hoy no sé si esto lo hizo por la vía de la "vacuna" o de la "inmunosupresión". Y el dato no es indiferente.

Aunque entumecido, su cuerpo no es todavía momia de sí mismo. Su λόγος sigue siendo el ἰχώρ de los dioses. Pese a todas sus limitaciones, casi ninguna otra “cultura” tiene en su haber nada comparable a este λόγος que circula por el mundo entero reportando al hombre de hoy un progreso como nunca antes ninguna sociedad había podido disfrutar. Solo que este λόγος es la reducción pragmática de aquel genuino λόγος para el que el Ser y el Pensar, la Belleza y el Bien, la Justicia y la Verdad, eran pares inseparables.

Apenas nadie lo entiende. Pero el problema de Europa es que, andada la historia, cuando más era Ella misma, creyéndose que de la mano de la “crítica” había llegado al límite del λόγος, sin quererlo reingresó en el mito. “El mito de Europa allende el λόγος. Es la clave de su endémica debilidad. El mito ha dejado de ser mito. Este es el problema. El mito se le ha vuelto realidad. Se le ha hecho creencia.

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