Prefieren creer a juzgar

Como todos prefieren creer a juzgar, nunca se juzga acerca de la vida, siempre se cree, y nos perturba y pierde el error que pasa de mano en mano. Perecemos por el ejemplo de los demás; nos salvaremos si nos separamos de la masa (Séneca, Sobre la felicidad)


miércoles, 23 de diciembre de 2015

Instantes. Cuando el dios Kρόνος cede el paso al dios Kαιρός

El dios Kαιρός era representado como un joven con pies alados que acudía corriendo a todas partes. Un largo mechón le cubría el rostro, mientras la parte posterior de la cabeza la tenía calva. En sus manos, una afilada navaja y una balanza desequilibrada.



En el panteón romano el dios griego Καιρός pasó a ser la diosa Ocassio, aquella hermosa deidad que agraciaba a los hombres con una "oportunidad favorable" cuando ella caprichosamente quería.


A las dos divinidades se las representaba portando la misma desnivelada balanza. En el platillo más pesado, el χρόνος: el tempus: el inexorable paso de los días. Y en el platillo más liviano, el καιρός: la ocassio: el tiempo oportuno y favorable: la irrupción de lo mejor de algo: un momento de plenitud.

Quizás así se quisiera dar a entender que en la vida de los hombres no todo χρόνος es καιρός (ocassio: instante de plenitud), y que muy probablemente hay ocassiones a las que solo se les ve las calvas:

¿Por qué tu cabello es un largo mechón que cae delante de tu cara? ¿Por qué estás calvo por detrás?, le pregunta el poeta a Καιρός, quien le responde: Asirme solo puede el que me salga al encuentro. Una vez que he pasado corriendo con mis pies alados, nadie puede agarrarme por detrás.

Sentencia el refrán popular: Las ocasiones pintan calvas. Y acto seguido hay que añadir que sobre todo para aquellos que más "distraídos" viven, que menos pertrechados están con la destreza, mejor, con la sabiduría, precisa para agarrar el καιρός (ocassio) por el mechón que le oculta la cara, cuando éste viene todavía de frente, antes de que, raudo y veloz, pase de largo…Nadie puede agarrarme por detrás...

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La vida tiene una insoslayable vertiente trágica. Evidente. ¿Quién no tiene cicatrices en su corazón, garabateadas algunas de ellas ya en la niñez? Mas también, la vida tiene una vertiente festiva, que en una parte no desdeñable resulta del sumatorio de cuantos καιρoi u ocassiones (instantes de plenitud) uno supo atrapar.

Impedir que los kαιρoi pasen inadvertidamente de largo por la vida, exige un aprendizaje, una educación... De lo contrario, la vida corre el riesgo de ser solo una anodina caravana de días unos iguales a otros en su monótona vaciedad. Solo Kρόνος no basta para que una vida sea humana. Al contrario, solo Kρόνος la devora.

Vivir, no de cualquier modo, sino a la humana manera, es tarea ardua. Si Nietzsche decía que el filósofo es un “cazador” de ideas, el viviente sabio es un hábil “cazador” de καιρoi, de ocassiones, de instantes de plenitud...

En el caso del ser humano, la naturaleza no lo dejó todo "amarrado". Venimos a la vida con "cabos sueltos". No demasiados. Pero sí algunos. Es nuestra singularidad. Al menos, por el momento, eso parece. Tal indeterminación es la condición de posibilidad de la educación. Las mareas de la evolución biológica, sus transoceánicas corrientes, hicieron al ser humano arribar a la playa de la evolución cultural.

Gracias a esos pocos "cabos sueltos", aunque el individuo humano cósmicamente sea una insignificante "pelusa" ante la que el universo permanece en gélida indiferencia, la vida de cada uno es "algo" más que un fatum ciego, pues a la vida le cabe la posibilidad de ser un proyecto tan efímero e irrepetible como por ende inconmensurablemente valioso.

El modo humano de ser más (si se quiere, el modo de ser más humano) consiste en llenar de καιρoi el χρόνος: en convertir en βίος (vida en particular: una vida, la de Fulano y la de Mengano) una vida que, de entrada, solo es ζωή (vida en general: la de todo).

Para ejercer este esforzado, y artesanal, oficio que es el vivir a la humana manera, hace falta que el individuo aprenda a otear el χρόνος con ojos atentos e inteligentes, como los del búho de Atenea, la diosa de la sabiduría, para que el paso del dios Καιρός por la vida no lo coja “distraído”.

Hay una suma que solo pensarla produce estupor. El incalculable número de καιρoi que pasó por delante de tantos y tantos hombres sin que éstos lo advirtieran: la incalculable cantidad de instantes de plenitud que marchó por el sumidero de la historia. ¡Cuánta felicidad desperdiciada! ¡Cuántos hombres irreparablemente más infelices!

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Así como Gadamer enseñó que toda pregunta, incluso la más ignorante, lleva ínsita la respuesta que busca, cabría sostener que en la vida de los individuos quizás apenas haya hallazgo alguno de καιρός que no se produzca sino porque antes se lo anduviera buscando, incluso en la forma semiconsciente de un “hambre” de un impreciso “no sé qué”.

Vivir atento al advenimiento del dios Καιρός no es la irresponsable y pasiva actitud de un hombre holgazán que, sentado en la cuneta de sus días, se confía al fatum, al destino, a la suerte:

Cuando menos, dicha atención es una vigilancia activa del derredor. Es un estar atento, que diría Pío Baroja, a cuanta ave sobrevuela el cielo de la vida, porque una de ellas puede que sea el imprevisible pájaro de la felicidad.

Y cuando más es una sesuda auscultación de lo que uno anhela. Hay “apetitos” que nunca mudan ni se extinguen. Si acaso se modulan. Eso sí. Pero no se erradican. Ellos soy yo. Yo soy mis “hambres”. Y por eso son “ansias” imposibles de ligar con Proteo. A no ser que uno mismo abdique de sí.

El hombre para ser sabio necesita unos ojos como los de la lechuza de Atenea. Capaces de ver en la oscuridad de la noche, antes de que se alce el sol de la mañana. Y además, unos ojos machadianos, esos que son ojos no porque yo los vea sino porque ellos me ven a mí. Ojos capaces de volverse del revés y de escrutar con inteligencia las “hambres" perennes del que los observa.

Las vidas, decía Flaubert, se miden por la amplitud y la hondura de sus “hambres”. El hombre necesita ojos que sepan identificar la especie de sus “ansias” y también medirles sus proporciones. Lo contrario es estar ciego para uno mismo y para sus legítimos καιρoi.

Porque en la vida, a menudo, el problema no es solo desconocer dónde se encuentra lo que uno quiere, sino también, y antes, ignorar las más propias y más genuinas “hambres”. Esas que nos hacen mover en la vida o desorientados de acá para allá o ennortados con la ruta fijada, según llevemos o no la exhaustiva cuenta de nuestros radicales “apetitos”.

Son también estos "anhelos" los únicos de veras capaces de erguirnos la propia voluntad, haciéndonosla máximamente operante y comprometida: sea para dar con el “paradero” de lo que queremos, sea para que lo obremos, dado que el objeto de nuestra querencia, aunque debiera, no existe todavía.

Para quien yace sumido en el desconocimiento de sus verdades (que son los “muñones” de su persona por donde uno se experimenta la propensión de expandirse y de crecer), el verso de Horacio carpe diem quam minimum credula poster se le puede convertir en regla general de vida, e incurrir así en un miope “presentismo” en el que cualquier χρόνος se le juzga καιρός.

El final de quien padece tan corta mirada es la oquedad de su tiempo. Habrá veces en que sí, en que haya que “atrapar el momento”, porque era nada más y nada menos que un καιρός en pura ley. Mas otras habrá en que lo que se deba es permanecer expectante, activamente vigilante.

En la vida es altamente recomendable ir haciéndose de una selecta colección de topos en donde cada uno sabe que los καιρόi, a pesar de su nómada e imprevisible condición, suelen tomar asiento y permanecer a la espera de que alguien acuda a ellos a refrescar su alma de tanto conatu essendi, con algún "instante de plenitud" que raramente defrauda y “pinta calva”.

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El viernes 18 de diciembre, día de la Esperanza según el calendario íntimo y antiguo de una vieja ciudad del sur de Europa, en la Iglesia Colegial de El Salvador se oyó la Coral 8 de la Cantata 40 de J. S. Bach. Fue el dios Kαιρός, que pasó una vez más delante de mí. Pero no de largo.

Freude, Freude über Freude!
Christus wehret allem Leide.
(¡Alegría, alegría y más alegría!
Cristo nos defiende de toda pena).

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