Prefieren creer a juzgar

Como todos prefieren creer a juzgar, nunca se juzga acerca de la vida, siempre se cree, y nos perturba y pierde el error que pasa de mano en mano. Perecemos por el ejemplo de los demás; nos salvaremos si nos separamos de la masa (Séneca, Sobre la felicidad)


domingo, 19 de noviembre de 2017

La vida, en una libretita y en un café.

Anda bien de piernas y de cabeza pero nadie le quita de los hombros el peso de los ochenta años largos que tiene.

De cuando en cuando, Ángel, que así se llama, se tienta el bolsillo derecho de su pelliza, es un hábito inconsciente, compulsivo, consumado decenas de veces en el rato que lo observo, entiendo que para asegurarse de que algo, que debe ser muy preciado, sigue allí.

Cuando se aburre de mirar a la gente que pasa y de hablar con los que le provocan la conversación, Ángel se saca aquello que resulta ser una libretita manida, gastada, encuadernada con gusanillo de alambre. Es su vida, que le coge allí entera. Su bolsillo, un sagrario.


La fecha de nacimiento. Los nombres de sus padres y de sus hermanos. El día de sus fallecimientos. Cuando empezó la guerra en su barrio de San Julián. Cuando su madre no tuvo otro remedio que meterlo -en bendita hora- interno en su Colegio.

Ángel, que no tuvo hijos, de lo que más habla es de su difunta esposa y de su Colegio. Diariamente, toma café en un bar cercano, frente por frente a la puerta de su Colegio, el mismo que frecuentan en el recreo los alumnos mayores. El manchado descafeinado de sobre con sacarina le da de sí para viajar cada media mañana hasta su niñez y regresar casi al mediodía, un rato antes de ir a almorzar, a su vejez.

A Ángel la vida le cabe en su sobada libretita. Cuándo y dónde hizo el servicio militar. Sus sucesivos empleos, en un taller de la calle Adriano, en la fábrica de San Jerónimo. Sus domicilios, en la calle Macasta y en la calle Aceituno. Sus maestros de taller, Don Francisco Javier y Don Geronés. Los que le enseñaron el oficio y le inculcaron unas devociones que todavía no se le han marchitado.

A Ángel la niñez y parte de su precipitada juventud le coge en su matutino café. Ese rato es el momento cenital de su día. Luego, todo comienza a palidecerle, aunque el día, ajeno a las agujas horarias de su alma, todavía tenga tiempo para espejar claridades.


Ángel vive apegado a la Vida porque todavía puede acudir a la cita cotidiana que tiene con su niñez en el recuerdo de su Colegio. Cuando sus piernas o su cabeza le impidan asistir, seguramente Ángel empezará desistir.

¡Qué enorme es la gratitud que Ángel, después de más de setenta años, siente hacia su Colegio! Cuando sus compañeros hablan quejosos de dolores y de ausencias, él habla de sus recreos, del oficio que le enseñaron, de sus devociones, de cómo entró siendo niño y salió siendo hombre.

La educación, como la Vida, tiene sus insondables Misterios. Quizás un día, no lejano, los algoritmos nos los descifren. Entre tanto, son poesía que nos enerva la sensibilidad y nos colorea los grises. Entre tanto, es de sabios ir aprendiendo a que la Vida de uno le vaya cabiendo en una libretita, en un café.

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