"La imitación del héroe y del sabio no están al alcance de todo el mundo; decorar la vida con colores heroicos o idílicos es un gusto costoso y que por lo regular solo se satisface de un modo muy deficiente. La aspiración a realizar el ideal en el centro mismo de la sociedad tiene como vitium originis un carácter aristocrático"
(J. Huizinga, El otoño de la Edad Media)
El hombre ilustrado del S. XVIII elevó a dogma principal de su credo la perfectibilidad del hombre y de la sociedad mediante la razón y la educación, que es la manera de que la luz de la razón se encienda en cada hombre.
Sin embargo, cada vez estoy más convencido de que la actual sociedad, en tanto heredera del proyecto ilustrado, es una sociedad fallida porque ni la educación ni la ciencia han hecho del hombre común de la calle un individuo especialmente inteligente y crítico y, por tanto, especialmente libre; al contrario, todo apunta a que éste de hoy es tan borreguil como el de cualquier otra etapa anterior de la Historia en la que ni la educación ni la ciencia tuvieron tanta proyección popular como ahora.
El progreso de la ciencia es aditivo, a la vista está; pero su progreso no tiene porqué traducirse, también a la vista está, en un correlativo progreso ético que avance a su misma velocidad.
Este frustrado progreso de la ética no hay que entenderlo en un sentido moral, sino como ese autoquehacerse cada uno su vida que viene derivado de un vivir en serio, y en cuyo ejercicio nadie consiente ninguna injerencia, porque es comúnmente sabido y asumido que este autoquehacerse es responsabilidad intransferible de cada cual.
Si en algún momento creí que gracias a la educación las sociedades occidentales y occidentalizadas acabarían estando mayoritariamente integradas por individuos más inteligentes, críticos y libres que estólidamente crédulos, hace tiempo me adherí al aristocrático escepticismo de J. Huizinga.
Unas veces falla la educación, que está mal concebida y ejecutada; pero otras muchas falla el propio individuo que "inexplicablemente" rehúsa del ideal del héroe o del sabio, del riesgo de su posible libertad, del hiriente realismo de un mundo desencantado, y su principal opción de vida es comprar confort al precio de su autenticidad.
Como dice J. Gray, hoy es muy razonable preguntarse si las sociedades occidentales están no ya volitivamente dispuestas sino realmente capacitadas para hacer el esfuerzo moral necesario para dejar de lado los actuales sustitutos laicos de aquellos mitos cristianos que refundaron Occidente hace poco más de dos mil años, en los cuales estas sociedades, a pesar del portentoso pertrecho educativo y tecnológico que pródigamente disfrutan, creen con el mismo fervor e impremeditación con el que el hombre europeo del S. XIV creía más en la vida del más allá que en la del más acá.
PD. En estos días un ciudadano llamado Pedro Sánchez Castejón ha decidido, imbuido de su transitoria potestad gubernamental, que 48 millones de ciudadanos españoles, a los que no les ha consultado, de facto pasen de un Estado autonómico a otro federal, sin otra aparente motivación que la de afianzar su poder. Según lo previsto, a sabiendas de que somos una sociedad "inexplicablemente" fallida, las vacaciones de verano siguen su curso con absoluta normalidad.
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