Prefieren creer a juzgar

Como todos prefieren creer a juzgar, nunca se juzga acerca de la vida, siempre se cree, y nos perturba y pierde el error que pasa de mano en mano. Perecemos por el ejemplo de los demás; nos salvaremos si nos separamos de la masa (Séneca, Sobre la felicidad)


domingo, 28 de julio de 2024

El ciclo de la esperanza

Escribió Hobbes que el absurdo es un privilegio del hombre; de lo que se sigue que el sentido también lo es.

Para Camus el absurdo era la sensación de extrañeza que el hombre experimenta cuando se sorprende extranjero en el mundo y le parece que está de más en la vida.

Entonces, realizar o no el "gesto definitivo" depende de que el hombre llegue a la conclusión o de que la vida es vivible y merece la pena pese a esa sensación de absurdo, o de que, mejor aún, acabará encontrándole un sentido a la misma.

Pero, contemporáneamente, Dawkins ha explicado que no es el hombre quien vive en sí sino sus genes, que lo usan al servicio de su insaciable afán de pervivencia.

Así, no perpetrar el "gesto definitivo" no sería un acto de libertad, el más humano de todos, sino el comportamiento mecánico de una de las dos variedades mayoritarias hacia las que el hombre ha terminado evolucionando:

La que es capaz de vivir sin sentido porque la vida sin éste no le sabe tan mal, y la que es capaz de encontrarlo.

Y sí perpetrarlo, el comportamiento, igualmente mecánico, de una tercera variedad, bastante minoritaria, que es la que se suicida, porque considera que la vida sin sentido no merece la pena y porque además descarta que se lo vaya a poder encontrar. Es la variedad peor dotada de las tres y por eso, como le pasa a cualquier otra especie demasiado débil para sobrevivir, se extingue.

Si no se acepta que el hombre haya emergido, en parte, de la naturaleza, ser fundadamente esperanzado ante la vida es algo que depende de la genética y de la bioquímica de cada uno, como ser diabético o esquizofrénico. 

Si no se acepta que el hombre sea un animal materialmente abierto, la esperanza, como la euforia o la pena, con el que uno afronta su vida se podrá cifrar en una fórmula bioquímica, y no es una cuestión de inteligencia, porque ésta no crea el sentido, a expensas de su mayor o menor capacidad de inventiva, sino que solo articula -narrativa, discursiva, lógicamente- una nativa emoción, una oriunda sensación, un genuino sentimiento, que son infranqueables e insobornables para la inteligencia misma, aún después de haber perdido su impensada condición.

La esperanza descansa en una petición de principio y ésta, en una impremeditada disposición de vida y ésta, en un inaccesible metabolismo del placer y del dolor, que hace distinta a cada persona, de ahí que haya niños, como mi padre, que gracias a la dificultad se hacen fuertes y otros, como mi madre, que por culpa de la dificultad se hacen débiles.

Si Dawkins lleva razón, el mismo determinismo bioquímico que hay en el ciclo de Krebs es que hay en el ciclo de la esperanza aunque todavía no lo sepamos o no lo queramos saber para no autoinfligirnos otra herida más en el flanco de nuestra ancestral excepcionalidad natural.

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