Prefieren creer a juzgar

Como todos prefieren creer a juzgar, nunca se juzga acerca de la vida, siempre se cree, y nos perturba y pierde el error que pasa de mano en mano. Perecemos por el ejemplo de los demás; nos salvaremos si nos separamos de la masa (Séneca, Sobre la felicidad)


sábado, 17 de diciembre de 2016

El Mito de la Esperanza del Ser

Mitos. Cada cultura, cada sociedad, cada persona, tiene los suyos. Y casi nunca porque libremente alguien se los haya apropiado. Sino porque ellos -los Mitos- se adueñaron de nosotros. Y nos crecieron hasta sernos matricialmente entrañables. Por eso, adonde no llega el amparo de la madre, llega el consuelo de los Mitos.

Los Mitos son esos modestos candiles -de luz tremulante- que los hombres nos topamos en las fronteras de la Vida… porque antes -de alguna sofisticada y alambicada manera- allí los pusimos jugando al escondite metafísico con nosotros mismos.

Pero, de cuando en cuando, los hombres les hacemos un “pólder” de Razón a la Oscuridad que nos perimetra. Vivir es trascender. Y entonces el Mito se vacía de su Fuerza de Sentido. Y se hace sólo estética. Sólo literatura. Y su enteriza artificialidad se evidencia. Sobre todo a los ojos de quienes no asistieron a su alumbramiento. Sino a los de quienes recibieron el legado de sus antepasados. Tesoro en vasija de barro.

En el fondo, todo descreído está herido de nostalgia. Y su iconostasio -según la Luz alarga su haz redentor- se le torna en museística obra arte: admirable pero no venerable. Y también en el fondo, a ningún descreído se le quita de la cabeza la fundada sospecha de que la Luz, pese al “pólder” de Razón que Aquella arrebata a la Oscuridad, no sea también un Mito. El Metamito.


En el trasnochado calendario de una vieja ciudad del Sur de Europa, hoy -dieciocho de diciembre- se celebra la efemérides de uno de los más humanizantes Mitos de la Humanidad. El dolor no ha descompuesto la delicada belleza de este nacarado rostro. Esperanza de la Trinidad. Algo así -que el dolor no mate la belleza- sólo es posible cuando hay Esperanza de que la Vida venza a la Muerte. Colosal “telosmaquia”.

La Esperanza, que es a la Vida lo que el viento de popa al velamen de una barquichuela a la deriva en medio del océano, tiene más de querer que de poder. Por eso, la Esperanza es como la versión mareante de aquel barón que quería escaparse del pozo en que estaba caído tirando de su propias orejas.

Aseguran los neurólogos que al cerebro le produce igual excitación el previo a la consecución de un placer, que el placer mismo. Quizás sea una defensa desarrollada por el propio cerebro que, en previsión del posible fracaso, en esto del placer, para no sobreabundar en la desolación, no se lo juega al todo o nada. Y así ha aprendido a disfrutar de la expectativa, de la víspera, de la futurización, de un placer que será o no. Y que, de no ser, habrá sido más que nada. Lo cual tiene su punto metafísico. Del No Ser salió la Expectativa del Ser. La Esperanza del Ser. Que es Algo.

En coherencia a lo dicho, éste fue un escrito de víspera, de expectación.

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