¡Qué importante es la infancia y la niñez! Entre otras razones porque muchos de nuestros miedos nos nacieron en ellas y desde entonces nos han ido creciendo hasta convertírsenos en esos sólidos prejuicios que distorsionan la imagen que de nosotros tenemos aún muchos años después.
Cuando un niño dice "¡No puedo!", es posible que sin saberlo él ni el adulto que se lo oye decir -peor aún, que se lo provoca- esté marcando un límite a su vida futura. Los miedos, aunque sabiamente alojados por la naturaleza en la amígdala cerebral, cuando constriñen -más que garantizan- la vida, son "cárceles".
Es importante, claro que sí, que el edificio cognitivo del niño se alce sobre cimientos recios y siempre ampliables. Pero tanto o más importante es que la personalidad del alumno crezca sin más miedos que los razonables, que los que, hechos de sensata prudencia, ayudan a vivir.
Un "no puedo" pronunciado en la infancia y en la niñez, con el tiempo puede ser la causa de un adulto "enano", y "enano" es aquel que no creció hasta la talla de su excelencia.
Y la vida- se sabe- es irreversible. Al niño que de pequeño le entró el "frío" en el cuerpo, de mayor seguramente no le salga. Hay miedos con los que pasa lo mismo.
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