Prefieren creer a juzgar

Como todos prefieren creer a juzgar, nunca se juzga acerca de la vida, siempre se cree, y nos perturba y pierde el error que pasa de mano en mano. Perecemos por el ejemplo de los demás; nos salvaremos si nos separamos de la masa (Séneca, Sobre la felicidad)


lunes, 20 de abril de 2020

Nuestro 25 de enero, el primer día del "Mundo Nuevo" al otro lado de "nuestra vida normal"


"Esta epidemia la vamos a superar. La inmensa mayoría de nosotros sobreviviremos. La economía volverá ponerse en marcha. Sin embargo, podríamos despertarnos en un mundo muy diferente"
(Y. N. Harari, abril de 2020) 


De las primeras cosas que hice el sábado catorce de marzo fue colocar sobre la mesa de trabajo mi ajado ejemplar de La peste. Es un "libro amigo", que me acompaña hace años y que, hace años también, tenía olvidado en el anaquel de la biblioteca donde reside con sus vecinos El extranjero, La caída, El mito de Sísifo...


Con este libro de Camus pasa lo que con el buen coñac. Su cuarenta por ciento de alcohol obliga a beberlo a sorbos, sin prisa, con parsimonia... Otro proceder sería lanzar una pedrada de fuego contra el estómago y acabar malogrando un placer que, bien llevado, pudiera durar casi tanto como el libro al que acompaña.

La peste es, pues, un libro para leerlo a sorbos. Es fuerte. Tiene cuerpo. Es denso. Se pega a las paredes del alma como el alcohol del buen coñac a las paredes del cristal de la copa. Necesita paladeo, que uno se entretenga en sus párrafos, que se demore subrayando lo que ya está subrayado... En definitiva, es un libro que necesita tiempo y ninguna urgencia del lector en acabarlo.

Anotaciones, subrayados, asteriscos, llaves, interrogaciones, signos de admiración... Así está mi libro. Por eso, decía arriba, lo tengo ajado, desgastado del manoseo de las sucesivas relecturas, amarillento de los años... Su aspecto es metáfora nuestras contiendas.

Hoy, finalmente, después de más de un mes con él, lo he terminado. Tenía pendiente desde que el narrador desvela sorpresivamente que él es el doctor Bernard Rieux. (Durante gran parte de la novela Camus gana un personaje para el lector, distinguiendo entre el narrador omnisciente y el protagonista). Llevaba días dándole coba, dejándome ir... Necesitaba tiempo para responder "la" pregunta de Cottard a Tarrou:
"Admitámoslo -dijo Cottard-, admitámoslo, pero, ¿a qué llama usted la vuelta a una vida normal?"
***

Una vez casi pasada la furia del primer embate de la pandemia, ahora que los políticos y los comunicadores -que nos organizan el show de Truman que vivimos- lanzan a la población sus primeras insinuaciones sobre el "día después", la pregunta de Cottard me pellizca la barriga, me aviva el seso y me intranquiliza el ánimo:
"Quería saber si podía esperar que la peste no cambiase nada en la ciudad y que todo recomenzase como antes, es decir, como si no hubiera pasado nada. Tarrou creía que la peste cambiaría y no cambiaría la ciudad, que sin duda, el más firme deseo de nuestros ciudadanos era y sería siempre el de hacer como si no hubiera cambiado nada, y que, por lo tanto, nada cambiaría en un sentido, pero, en otro, no todo se puede olvidar, ni aún teniendo la voluntad necesaria, y la peste dejaría huellas, por lo menos en los corazones. Cottard declaró abiertamente que a él no le interesaba el corazón, que el corazón era la última de sus preocupaciones. Lo que le interesaba era saber si la organización misma sería transformada"
Tenemos la experiencia reciente de la crisis financiera de 2007. Trece años ha costado romper la vana ilusión colectiva de que, al salir de aquella crisis, volveríamos a vivir como antes de ella. Después de las hipotecas basura y de Lehman Brothers, el Mundo es irreversiblemente otro. La sociedad del bienestar, pese a las promesas de los políticos, ha sido expulsada de Edén. Cada vez más sectores de la sociedad han quedado laboralmente obsoletos.

Por un lado va la calle y por otro van los políticos. Aprovechando la coyuntura -respectivamente, el desmantelamiento económico y la desautorización moral de las otraras poderosas clase media y clase política-, han surgido los populismos de izquierda y de derecha como expresión del creciente malestar social; y además se ha recrudecido el imperio de una economía que, pertrechada de la mejor tecnología, se siente -en este Mundo Global- más libre y poderosa que nunca antes en la historia contemporánea de los países desarrollados. La política rinde vasallaje a la economía igual que, tras la crisis de ahora, la economía rendirá vasallaje a la tecnología...

Retomando "la" pregunta de Cottard, ¿a qué llama usted la vuelta a una vida normal?; la cuestión de si cabría esperar que la peste no cambiase nada y que todo recomenzase como antes, es decir, como si no hubiera pasado nada... Sospecho que, cuando acabe el desbordamiento sanitario de esta crisis -bifronte como Jano- y nos veamos dentro de unos meses, como Tántalo, anegados hasta el cuello por el desbordamiento económico, entonces nos daremos cuenta de que habremos despertado, al decir de Harari, en un Mundo muy diferente, en otro Mundo.

Cuando llegue la vacuna del Covid 19 y nos creamos al fin en disposición de volver a "nuestra vida normal", nos daremos cuenta de que en apenas en un año el Mundo habrá cambiado más drásticamente de lo que, en efecto, pongamos por caso, cambió entre 1492 y 1609, es decir, entre el descubrimiento de América y la consumación del giro heliocéntrico. Si un siglo bastó para acabar con el Mundo que vino tras la caída de Roma y consiguió pervivir durante más de mil años, en esta ocasión un año y una epidemia habrán bastando para terminar de transformar en Otro el Mundo -siempre en cambio- del Siglo Veinte.

Este virus no ha venido -es mi hipótesis- a detener el Mundo durante unos meses, sino a arrojarlo a su futuro, venciendo así resistencias que, de otro modo, sin la violencia de una pandemia y de su consiguiente crisis económica, seguramente hubiera costado décadas doblegarlas.

Si bien desde Platón los diferentes Mundos que han existido en Occidente -en el fondo- no han sido sino versiones diferentes de su mismo Mundo de las Ideas, el que nos aguarda al otro lado de "nuestra vida normal" se adivina Otro. Fuera de la serie platónica de Mundos, éste se ha salido del gozne en el que los anteriores habían girado. Su Mathesis Universalis es distinta.

Si en el Mundo de Platón todo cuanto existe, incluido el hombre, era imperfecta encarnación de su perfecta Idea de Ser, en el Mundo de Alan Turing, de Bill Gates, de Larry Page, de Sergey Brin, de Mark Zuckerberg... todo cuanto existe, también el hombre, no es más que lisa y llanamente "dato", un "dato" solo inteligible desde esta nueva Mathesis Universalis que "emana" de Internet a través del 5G, y que es el "telos" que le da su auténtica razón de ser. El Mundo de las Ideas es ahora La Nube, ciertamente no preternatural, sino "divinamente" creada por el mismo hombre que corre el riesgo de acabar cosificado por Ella.

Lo más novedoso de este Mundo que nos aguarda al otro lado de "nuestra vida normal" no será el "Internet de las cosas", del que tanto se habla, sino precisamente el "Internet de las personas", del que todavía casi nada se dice, y que no es el "Internet para las personas". A las heridas que, en el Mundo de Platón, modernamente Galileo, Feuerbach y Darwin infligieron al hombre despojándolo de su "condición celeste" y reduciéndolo a "sola natura", hay que añadir la herida que, sin reparos, se le va causar al hombre cuando -en breve- se lo desprovea de su (supuesta) dignidad (supuesta desde que no hay Dios), y se lo parangone con las cosas y con ellas entonces se lo reduzca a la simple condición de dato.

Todavía en el Mundo de Platón el hombre padeció la dolorosa alienación de su trabajo, que denunció Marx, y la vacua alienación de su consumo, que denunció Marcuse y Baudrillard. Pero ninguna de éstas fue tan ónticamente devastadora como su inminente reducción a "dato". Él, ¡que siempre había sido gloriosa "póiesis" de sí mismo!

¿Por qué mi inquietud? ¿A qué mi zozobra, no sé si mi pesimismo? ¿Por qué este Mundo Nuevo no podría ser al modo que brillantemente lo vislumbró Kurzweil: como la oportunidad de los humanos de trascender su biología? Porque Hobbes pensaba que el hombre es un lobo para el hombre. Y porque, según Maalouf, es ley indefectible de la historia que nada hay científica y tecnológicamente posible que el hombre, antes o después, no acabe realizando.

Incluso cosificarse, pero esta vez no en el altar de la economía (trabajo y consumo), sino de la tecnología (dato: el "Internet de las personas"). El faktum del Mundo Nuevo, aunque quizás todavía no se distinga del todo, no lo es tanto el dinero cuanto la técnica. Ya es la tecnología la que controla la economía.

P.D.- El 25 de enero de no sé qué año es el día que Camus fijó que sería declarado el fin de la epidemia de peste que, relata en su novela, asoló la ciudad de Orán.

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