Prefieren creer a juzgar

Como todos prefieren creer a juzgar, nunca se juzga acerca de la vida, siempre se cree, y nos perturba y pierde el error que pasa de mano en mano. Perecemos por el ejemplo de los demás; nos salvaremos si nos separamos de la masa (Séneca, Sobre la felicidad)


domingo, 17 de octubre de 2021

Ayer, 16 de octubre, fue nuestro 25 de enero

"La población vivió en esta agitación secreta hasta el 25 de enero. En esa semana las estadísticas bajaron tanto que, después de una consulta con la comisión médica, la prefectura anunció que la epidemia podía considerarse contenida (...) Para asociarse a la alegría general, el prefecto dio orden de restituir el alumbrado, como en el tiempo de la salud. Nuestros conciudadanos se desparramaron por las calles iluminadas bajo un cielo puro"

A. Camus, La peste 

Mientras El Señor, caminando sobre un mar de multitud, iba a Tres Barrios, a la otra punta de la Ciudad, en el Centro que Él abandonaba buscando arrabales, eran visitables dos magníficas exposiciones: una sobre las cofradías de gloria, en los baños de la reina mora, a la vera misma del barrio de San Lorenzo; otra sobre los conventos de clausura de Sevilla, en la calle Sierpes.

En las dos son apreciables obras de arte de excepcional calidad que nunca fueron ideadas para el mero preciosismo artístico, sino para el culto público y privado a Dios; pero que, desde hace unos días, allí están, museísticamente expuestas a un público que no acude con la intención de rezar, sino de admirar. En breve, cuando sean clausuradas, este espléndido repertorio regresará a su nativa condición sagrada y recuperará su original intencionalidad cultual.

La religión crea arte. Así ha sido en todas las culturas. Una parte muy apreciable de lo que hoy se conserva en las salas de los museos del mundo entero, tuvo una genuina intencionalidad religiosa: ya se trate de un "simple" amuleto prehistórico o de un "sofisticado" lienzo barroco.

Sin ir más lejos, el museo de Bellas Artes de Sevilla, en su exposición permanente, alberga una espléndida y cautivadora terracota de San Jerónimo. Sería extrañísimo que algún visitante, casi siempre foráneo, al contemplarla, se sintiera religiosamente movido. El entorno no lo propicia. Sin embargo, para eso, para suscitar la devoción, fue encargada hace cinco siglos por la comunidad del monasterio de San Jerónimo de Buenavista.

En nuestra latitud las salas de los museos están llenas de soberbias obras de arte que han perdido, por el azaroso camino de la historia, su primigenia intencionalidad religiosa. Vuelvo al caso del San Jerónimo Penitente de Pietro Torrigiano. La escultura tiene fuerza. Mucha. Es difícil pasarla de largo. Su mirada, clavada en el tosco crucifijo que sostiene la mano izquierda del santo padre, es vivamente expresiva. En ella hay inteligencia. Hay profundidad. Interpelación, pero en absoluto transparencia: es una mirada que provoca pregunta, que no sugiere respuesta:

¿Qué es la cruz, que estos ojos miran así, para este hombre, que nada tiene de "carbonero", que es un erudito políglota, un célebre teólogo que mil años antes hizo en latín lo que luego Lutero en alemán? ¿Qué tiene ese crucifijo, leñoso, deslucido, que mueve a un hombre inteligente, adelantado a su tiempo,  al lesivo castigo corporal, al desprecio de sí mismo, que es creación de Dios?

Torrigiano modeló una escultura "ungida". No es en los magistrales pliegues de su haraposo hábito ni en los que de su perfecta anatomía quedan, consecuentemente, al desnudo; es en su mirada en donde se encuentra su "punto de unción".

Torrigiano puso en ella todo cuanto podía poner para que unos ojos devotos la recrearan, no artísticamente, sino religiosamente. La intencionalidad -sépase: lo explicaba Husserl- no está en los objetos, sino en la conciencia:

La religión no está "naturalmente" en las cosas, sino "intencionalmente" en ellas, solo cuando el ojo humano, al contemplarlas, la proyecta desde su conciencia. Lo sagrado no es, como diría Otto, un ordo; no es algo que el hombre toma de afuera de sí y lo introduce en su cabeza para hacerlo experiencia y teología, sino, al contrario, algo que urde, ingenia, dentro y después saca para revestir sagradamente la desnudez de las cosas, del Mundo. Lo religioso es una "cogitata reificada" de cuyo arcano a menudo el hombre anda ignorante.

Por eso, este San Jerónimo Penitente, mientras tuvo casa en el retablo de su monasterio de Buenavista y en él fue venerado por ojos que, desde el interior de una conciencia intensamente religiosa, se asomaban a las cosas, al Mundo a encontrar a Dios, sí fue motivo de piedad y, en concreto, su penetrante mirada fue mistagoga, catequeta, del Fulgentis Crucis Mysterium.

Pero en un museo las obras de arte que allí yacen, desprovista de la vigorosa vida que otrora gozaran, no son contempladas por ojos cuya visión nazca en una conciencia que les pueda añadir ninguna sagrada sobrenaturaleza. El éxito del "punto de unción" de una obra de arte religiosa depende de una perspectiva, la de una conciencia religiosa que la eleva a sagrada.

¿Qué se podría decir de su mirada si, dentro de un indeterminado tiempo, la Virgen de la Amargura hubiere cambiado su camarín de San Juan de La Palma por la muy honorable presidencia avitrinada de la sala principal de algún perilustre museo? ¿y de las miradas, también, de El Cachorro o del crucificado de Las Misericordias o de la Virgen de Las Aguas?

Ayer El Señor fue mirado por una multitud de ojos que proyectaron sobre Él la intencionalidad religiosa que es precisa para que un pregonero pueda decir de su esdrujulizado andar que es el de un Aquiles herido porque pasó la noche luchando en Peniel.

Pero ayer El Señor también fue mirado por una multitud que, después de esta odiosa y dolorosa pandemia, tenía hambre, seamos sinceros, no tanto de Él cuanto de su vida anterior. Y El Señor era, no me cabe la menor duda, el camino más recto de la Ciudad hacia la anhelada normalidad. Y por eso ayer lo anduvo masivamente.

Pero cuando esa multitud, que ayer miró al Señor, que apenas ya es religiosa y que casi solo con Él todavía lo es, haya mudado su conciencia del todo, mejor, se la hayan terminado de mudar, San Lorenzo tendrá más de exposición que de altar, como a tantos templos, con su imágenes dentro, hace tiempo que, silente y vergonzantemente, les ocurre.

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