Prefieren creer a juzgar

Como todos prefieren creer a juzgar, nunca se juzga acerca de la vida, siempre se cree, y nos perturba y pierde el error que pasa de mano en mano. Perecemos por el ejemplo de los demás; nos salvaremos si nos separamos de la masa (Séneca, Sobre la felicidad)


viernes, 5 de diciembre de 2025

Alatriste y la moral del propio bando

"Esa retorcida ética era muy de la época entre la gente del bronce, y yo mismo, que frecuenté tales ambientes en mi juventud y el resto de mi vida, doy fe de que en los más desalmados malandrines, pícaros, soldados y chusma a sueldo, advertí más respeto a ciertos códigos y reglas no escritas que en gente de condición supuestamente honorable"

(A. Pérez-Reverte, Limpieza de sangre) 

Los dos eran espadachines a sueldo, pero no iguales, aunque eso les pudiera parecer a Dios, al diablo y al común de los mortales... En su fuero interno él se sabía distinto, quizás mejor. Quería matar a Malatesta, necesitaba matarlo, pero no de esa manera, sin aceros los dos en las manos.

Sabía que en una situación como aquélla, de manifiesta desigualdad, Malatesta no hubiera gastado esos escrúpulos con él. Sin embargo, decidió dejarlo vivir. No es que lo perdonara; es que su código moral le marcaba ciertos límites. No era un inmoral y mucho menos un amoral. Aunque su oficio fuese matar, bien como soldado, bien como sicario, tenía sentido del bien y del mal y trataba de ser consecuente con él.

De ahí, por ejemplo, que en cierta ocasión impidiera que el malhadado Malatesta finiquitara a ese perilustre inglés, que viajaba de incógnito por España, cuando su compañero, otro inglés, casi tan ilustre como aquél, no pidió cuartel para él, sino para su joven protegido, que estaba en grave peligro a manos del italiano.

En pleno fragor de la pelea, Alatriste se sintió cuestionado por el gesto de su contrincante, que parecía valorar más la vida de su compatriota que la propia y, por eso, antes de ser responsable de una muerte indebida, prefirió suspender el trabajo para el que había sido oscuramente contratado.

***

En el S. XVII, en la muy católica España, había dos creencias primordiales -Dios y Patria- de las que era difícil abstraerse. Sin embargo, la guerra, asistir al espectáculo de la vida en toda su crudeza, había hecho desarrollar a Alatriste un inteligente escepticismo vital:

"Eso era lo desconcertante del capitán: podía mostrar respeto hacia un Dios que le era indiferente, batirse por una causa en la que no creía, emborracharse con un enemigo, o morir por un maestre de campo o un rey a los que despreciaba"

Al cabo de los años, la relectura de Alatriste me ha llevado a pensar si en pleno Siglo de Oro acaso era posible que un hombre común, no uno escogido, dígase un Descartes, un Hobbes, un Spinoza, se pudiera desenvolver, como Alatriste, con una moral religiosamente fría, solo laica, incluso pragmática.

Aun sin entregar su corazón ni a Dios ni al Rey, Alatriste era formalmente respetuoso con estas creencias, si bien, más que nada, por consideración con quienes, jugándose la vida en el campo de batalla, recurrían a ellas buscando fuerza y consuelo. Mas él, creer, lo que se dice creer, creía en sí mismo más que en ninguna de las convenciones de su tiempo y eso me causa enorme admiración:

"No he cambiado de bando -dijo Alatriste-. Yo siempre estoy en el mío. Yo cazo solo".

La fidelidad a uno mismo es la fuente de la libertad. Empeñarse en esto, ya el solo hecho de proponérselo e intentarlo, es humanamente heroico. Essentiae fidelitas, libertatis fons es un ideal regulativo al que, no por inalcanzable, se debe renunciar, porque, también en esto, uno es homo viator y lo más importante no es llegar a la meta, sino inventarse y tratar de recorrer, en la mejor compañía posible, el mayor trecho posible del camino.

El papel lo aguanta todo. Por eso, Pérez-Reverte puede crear el personaje perfecto: un hombre cualquiera que, sin embargo, se distingue del resto por su singular sentido ético, por encarnar eso que he llamado la moral del propio bando

Su valor añadido no es tanto la valentía ni el honor, que los demás tanto aprecian de él, cuanto la lucidez de su mirar alrededor, lo que le permite distanciarse de su tiempo, lo suficiente al menos para sortear el realismo ingenuo de creer que las cosas son como a todos parecen que son y administrar con descreimiento sus creencias y con libertad sus lealtades.

La vida real, en cambio, no admite diseños ni borradores, es breve, demasiado, y puede ocurrir que sea tarde, cuando uno sienta la necesidad y tenga la lucidez de enmendar el personaje que es, habiendo ya malgastado parte de sus días, de sus energías y de sus afectos, en afanes y creencias fútiles y en el bando errado... Recuérdese a este respecto lo que escribió Borges: nunca uno volverá a tener la vida por delante para rectificar.

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